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OPINIÓN - VIERNES, 31 DE JULIO DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

Mi primera feria en Ceuta
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Una información sobre la Feria me aviva la memoria de aquellas primeras Fiestas Patronales que yo disfruté en esta ciudad. De entonces acá han transcurrido ya veintisiete años. Pero me puedo permitir el lujo de acordarme de algunas de las cosas que presencié sin tener que recurrir a mis apuntes de aquel agosto de 1982.

Cenar en los jardines del Hotel La Muralla, antes de visitar el recinto ferial, era ganarse el derecho a pasar unas horas gozando de un ambiente extraordinario. El recinto ferial era improvisado, por falta de terrenos, e hizo debatir a los políticos acerca de la necesidad de contar bien pronto con un espacio fijo para tal menester.

Por los jardines del Muralla paseaba la bellísima Romina Power, acompañada por Albano, su marido. Ni que decir tiene que todas las miradas se dirigían hacia la pareja, que actuaba esa noche en la caseta de los ejércitos. Mas de pronto apareció en escena una joven que encandiló a todos los presentes. Iba acompañada por un hombre muy bien vestido. Pregunté por ella, y me dijeron que era de Ceuta, y que se llamaba Inmaculada.

A los postres, Manolo de Castro, a quien se le solía subir el vino a la cabeza, nos dio un recital sobre las grandes cualidades que atesoraba Juan Vivas, funcionario. A quien colmaba de ditirambos. De Castro procedía del sindicato vertical y, además de ocupar cargo en la Delegación del Gobierno, era uña y carne con Francisco Fraiz.

Aquella noche, cuando menos se esperaba, se presentó Margarita Souvirón. Que era la secretaria de la Delegación del Gobierno. Margarita parecía una bibliotecaria, pero estaba muy buena. Y, claro, cuando Margarita hacía ¡achisssss! los caballeros respondían ¡Jesússsss! Los caballeros eran varios y se hacían los mejores artículos para que ella los distinguiera con esa mirada de tigresa que tanto furor causaba entre ellos. Vistiendo, la verdad sea dicha, no destacaba Margarita Pues era un remedo de Soledad Becerril. Tan cursi siempre, luciendo modelos de colegiala con cuellos redondos, lacito y seda a cuadritos.

Entre los caballeros había uno que alardeaba de que iba a ser parlamentario muy pronto. Era Fraiz. A quien le reconocí enseguida lo bien que exponía las cuatro argucias políticas que se había aprendido de memoria y cómo las exponía sin pestañear. Y lo mejor era que lograba engatusar a la concurrencia. Esa noche me presentaron a José Luis Chaves. Estaba en una caseta llamada ‘La Esquina’. Y me dijo que no compartía la idea de que la Gran Vía fuera el mejor sitio para instalar la feria. Él era partidario de instalarla en la antigua estación de ferrocarril y las Murallas del Ángulo. Entonces me llegó la voz de El Pali, inconfundible. Aunque cada vez más acentuada de nostalgia. Repleta de esa tristeza de quien tiene la certeza de estar ya viviendo su tiempo de prorroga. Porque sus alifafes se habían convertido ya en enfermedades incurables.

Días después, la llegada de Lola Flores al hotel armó un revuelo impresionante. Me dio dos besos en cuanto me vio, pues hacía años que nos había presentado Pepe Jiménez ‘Bigote’. Y tuve la ocasión de ver muy enfadada a Mari Trini con la organización. Mientras su secretaria Colette y Calleja, su pianista, estaban alteradas cuando decían que se habían topado con unos grifotas que habían pretendido hacer madre a Mari Trini. ¡Qué feria aquella!
 

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