Una información sobre la Feria me
aviva la memoria de aquellas primeras Fiestas Patronales que
yo disfruté en esta ciudad. De entonces acá han transcurrido
ya veintisiete años. Pero me puedo permitir el lujo de
acordarme de algunas de las cosas que presencié sin tener
que recurrir a mis apuntes de aquel agosto de 1982.
Cenar en los jardines del Hotel La Muralla, antes de visitar
el recinto ferial, era ganarse el derecho a pasar unas horas
gozando de un ambiente extraordinario. El recinto ferial era
improvisado, por falta de terrenos, e hizo debatir a los
políticos acerca de la necesidad de contar bien pronto con
un espacio fijo para tal menester.
Por los jardines del Muralla paseaba la bellísima Romina
Power, acompañada por Albano, su marido. Ni que
decir tiene que todas las miradas se dirigían hacia la
pareja, que actuaba esa noche en la caseta de los ejércitos.
Mas de pronto apareció en escena una joven que encandiló a
todos los presentes. Iba acompañada por un hombre muy bien
vestido. Pregunté por ella, y me dijeron que era de Ceuta, y
que se llamaba Inmaculada.
A los postres, Manolo de Castro, a quien se le solía
subir el vino a la cabeza, nos dio un recital sobre las
grandes cualidades que atesoraba Juan Vivas, funcionario. A
quien colmaba de ditirambos. De Castro procedía del
sindicato vertical y, además de ocupar cargo en la
Delegación del Gobierno, era uña y carne con Francisco
Fraiz.
Aquella noche, cuando menos se esperaba, se presentó
Margarita Souvirón. Que era la secretaria de la
Delegación del Gobierno. Margarita parecía una
bibliotecaria, pero estaba muy buena. Y, claro, cuando
Margarita hacía ¡achisssss! los caballeros respondían ¡Jesússsss!
Los caballeros eran varios y se hacían los mejores artículos
para que ella los distinguiera con esa mirada de tigresa que
tanto furor causaba entre ellos. Vistiendo, la verdad sea
dicha, no destacaba Margarita Pues era un remedo de
Soledad Becerril. Tan cursi siempre, luciendo modelos de
colegiala con cuellos redondos, lacito y seda a cuadritos.
Entre los caballeros había uno que alardeaba de que iba a
ser parlamentario muy pronto. Era Fraiz. A quien le
reconocí enseguida lo bien que exponía las cuatro argucias
políticas que se había aprendido de memoria y cómo las
exponía sin pestañear. Y lo mejor era que lograba engatusar
a la concurrencia. Esa noche me presentaron a José Luis
Chaves. Estaba en una caseta llamada ‘La Esquina’. Y me
dijo que no compartía la idea de que la Gran Vía fuera el
mejor sitio para instalar la feria. Él era partidario de
instalarla en la antigua estación de ferrocarril y las
Murallas del Ángulo. Entonces me llegó la voz de El Pali,
inconfundible. Aunque cada vez más acentuada de nostalgia.
Repleta de esa tristeza de quien tiene la certeza de estar
ya viviendo su tiempo de prorroga. Porque sus alifafes se
habían convertido ya en enfermedades incurables.
Días después, la llegada de Lola Flores al hotel armó
un revuelo impresionante. Me dio dos besos en cuanto me vio,
pues hacía años que nos había presentado Pepe Jiménez
‘Bigote’. Y tuve la ocasión de ver muy enfadada a Mari
Trini con la organización. Mientras su secretaria Colette
y Calleja, su pianista, estaban alteradas cuando decían
que se habían topado con unos grifotas que habían pretendido
hacer madre a Mari Trini. ¡Qué feria aquella!
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