No pasaron ni cinco años desde que Tarek Abdelkader Hamed y
Hafeta Driss Abselam contrajeran matrimonio y pusieran a
prueba de fuego lo que el amor era capaz de hacer por ellos.
Un día, como otro cualquiera, Tarek se levantaba para
trabajar de dependiente en un establecimiento de la ciudad
cuando comenzó a sentir un pequeño hormigueo en la pierna
derecha y las órdenes de defensa no se ejecutaban a través
de su cerebro. Ante tales síntomas, el ceutí decidió acudir
al médico de cabecera para averiguar qué le estaba
sucediendo aunque los resultados, en un primer momento, no
reflejaron nada preocupante. La situación se agravó con el
paso del tiempo cuando Tarek comenzaba a notar que su cuerpo
no le respondía, no reaccionaba, a veces inerte. Entonces,
“fui a visitar al doctor Merino, neurólogo, quien me sacó
líquido de la espalda y lo envió a Barcelona para
analizarlo. A partir de ahí todo se complicó cuando me
informó que tenía esclerosis múltiple”, explicaba el ceutí.
Una enfermedad neurodegenerativa y crónica del sistema
nervioso central para la que no existe cura y las causas
exactas son desconocidas. Puede presentar una serie de
síntomas que aparecen en ataques o que progresan lentamente
a lo largo del tiempo y, a causa de sus efectos sobre el
sistema nervioso central, puede tener como consecuencia una
movilidad reducida e invalidez en los casos más severos. En
el caso de Tarek, de un 75 por ciento.
Enfrentar la noticia no fue nada fácil para el matrimonio
que, de manera casi paralela, engendraba su primer e único
hijo, el pequeño Tarek. Por aquel entonces, y en la
actualidad, la familia habitaba en una vivienda de alquiler
situada en Villajovita, donde las aguas torrenciales del
invierno hicieron sus estragos y las condiciones de
antigüedad tampoco eran muy favorables. “Yo sé que si Dios
quiere que me vaya será su decisión y tendrá un por qué pero
no puedo dejar a mi mujer y a mi hijo en la calle, sin una
casa donde poder continuar con sus vidas, y que necesito
porque me siento enclaustrado entre cuatro paredes, como si
estuviese en una cárcel”, manifestaba Tarek.
Rehabilitación, lucha, constancia, esfuerzo y, sobre todo,
amor, se dieron la mano desde que hace tres años Tarek
abandonaba su trabajo y la normalidad para depender de una
persona durante 24 horas y pasear con su fiel amigo, el
andador. Fue entonces cuando Hafeta olvidó sus quehaceres en
el mundo laboral para convertirse en madre, esposa y
cuidadora no profesional, siendo beneficiaria de la Ley de
Dependencia. “Apenas nos dio tiempo disfrutar de nuestro
matrimonio y lo peor es sentirnos limitados sin poder
disfrutar de un simple día de parque. Lo animo para que haga
cursos de Procesa, salga y se distraiga porque sufro mucho
viéndolo así, tan joven, sin fuerzas. Por más que me resigno
no comprendo porqué nadie nos ayuda ya que hemos acudido a
los Servicios Sociales, a Emvicesa. Y lo único que queremos
es tener calidad de vida, un cuarto para mi niño, un cuarto
de baño en el que el andador pueda moverse, una casa sin
escaleras para que él pueda salir a la calle porque mi mayor
deseo sería que mi marido se curase”, confesaba Hafeta.
Bajar y subir los peldaños todos los días se ha convertido
en una batalla que nunca ha llegado a su fin y que se
recompensa “con mi señora, la que me da la luz cada día”.
Salir a dar un paseo bajo el manto de estrellas es un sueño
que se repite noche tras noche en el subconsciente. Y la
sonrisa, en el mejor regalo por el que luchar, por ver
crecer esa semilla que ha germinado y que quizás nunca pueda
ver florecer. “Por eso, lo único que pido y reivindico es
una casa, no por comodidad, sino para estar con mi familia,
pagando mis impuestos y mis alquileres como cualquier otro
ciudadano. Sólo aspiro, pese a todo, tener una mejor calidad
de vida”, concluía Tarek, conmovido por el brillo de los
ojos de su pequeño y la mirada de su mujer.
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