Uno acaba siempre volviendo a
Europa. No sé si meto la realidad en el verso o el verso en
la realidad de una esperanza. En cualquier caso, la ilusión
es lo último que se pierde en las mutaciones y meditaciones;
puesto que es el mejor estimulante para permanecer lúcido.
Vigilantes permanecen los europeos por la conmoción de la
crisis, que lejos de caer en el desespero, sueñan con una
Europa incentivada por el pleno empleo o el empleo pleno
(digno). Soñar es además gratis. He aquí los datos últimos:
el 72 % considera que la UE tiene un impacto positivo en la
creación de nuevas oportunidades de trabajo y la lucha
contra el desempleo, y un tercio conoce la existencia del
Fondo Social Europeo, que es el principal instrumento de la
UE para invertir en los trabajadores y mantenerles en sus
puestos de trabajo. No seré yo quien tronche esta
expectativa a la que me sumo y en la que también tengo
puesta mi confianza. Querer es poder. Sólo hace falta rociar
los ánimos de ética y que vuelva lo armónico a cotizar salud
en el reloj de la vida. La mentalidad del cambio se
construye, como también se reconstruye, priorizando y
ordenando economía con justicia social, viviendo la
pluralidad de la tolerancia, compartiendo historias de luz y
partiendo las rejas que nos rajan el corazón.
A Europa uno acaba volviendo siempre, aunque se utilice un
lenguaje de sangre. “La guerra ha comenzado”, dice un
titular deportivo. Hay que desinventar esta ofensiva
lingüística y poner los pies en el lenguaje preciso, en la
voz clara del poeta, o si quieren en la voz roja del obrero,
pero jamás en la voz atrincherada y competitiva de los
repelentes trepas. Precisamente, la gran riqueza de la UE
son las lenguas, el multilingüismo para reemocionarnos y
reilusionarnos. Aquí todas las puertas se abren. Es signo de
buena salud. Nunca el ser humano se da tanto como cuando se
dan esperanzas en todas las germanías, en todas las
expresiones, jergas y hablas. Necesitamos entendernos con
nuestra propia esperanza, enraizarnos con ella, para que
espigue el diálogo de la razón. De fuertes razones, brotan
fuertes acciones. La acción europeísta en el mundo es
fundamental, siempre lo ha sido, ahora lo tiene que ser en
la lucha contra la pobreza en el mundo y en el compromiso en
favor de la paz, contra el cambio climático y el tráfico de
personas y armas. Lo suyo es cerrar fuegos y abrir
esperanzas, como puede ser la de integrar el desarrollo
sostenible en muchas de sus políticas o reintegrar el
desarrollo cultural de la diversidad como enriquecimiento
para el mundo.
Quizás haya que volver a redefinir los Estados y a definir
cómo ser europeos en un mundo al que le cuesta desarmarse.
Lo prioritario es liberarnos de las armas nucleares, que son
una verdadera amenaza para toda la humanidad. En una guerra
nuclear no habría ningún ganador, sería la catástrofe final.
Si Europa quiere seguir liderando la esperanza, la UE tiene
que pasar a ser un actor activo y hacerse más visible a la
hora de poner orden y paz, alzando sin titubeos una sola voz
en la escena internacional; sobre todo a la hora de defender
los valores democráticos, no debe jugar a medias tintas o
imponer tintes sectarios. Está bien que la UE sea primera
potencia comercial y primer donante de auxilio a los países
en vías de desarrollo, pero la seguridad de las gentes
también es importante, el comercio y la ayuda no lo son
todo. En un mundo cada vez más interconectado la esperanza
pacificadora debe universalizarse. Está visto que el más
horrendo de los sentimientos es aquel sumido en la
desesperanza. Es posible la paz en el mundo, ha de serlo.
La ciudadanía europeísta también tiene mucho que decir y que
aportar. Denunciar allá donde no exista un comercio libre y
justo, como puede ser la venta de mercancías por debajo del
precio de coste, la violación de los derechos, la falsedad
en contratos... Exigir que se reduzca el coste humano y
económico a lo mínimo en los conflictos. Lo mejor sería que
no los hubiese, pero los que empiecen a despuntar debemos
reivindicar que se resuelvan por la vía diplomática.
Hablando debe entenderse la gente. Nos interesa a todos que
así sea. Requerir, asimismo, dotar a los pobres de medios
que les permitan salir adelante por sus propias fuerzas. Es
cierto que a lo largo de los años la UE ha financiado miles
de proyectos de desarrollo en el Tercer Mundo. Por algo
Europa es la esperanza. Pero hay que ir más allá de la mera
ayuda humanitaria y establecer mecanismos de controles y
evaluación. Y, al fin, conviene que instemos los ciudadanos
a una política de vecindad coherente. Igual que no se puede
apagar con fuego un incendio, ni remediar con agua una
inundación, tampoco se pueden aplicar políticas partidistas,
en beneficio de algunos países, obviando el gran Estado
globalizador de los Estados europeos.
Refrendemos, pues, Europa como esperanza, dispuesta a
reavivar otra esperanza; el sueño del hombre despierto, que
dijo Aristóteles. La Europa unida tiene la llave. Su
ciudadanía, la misión y los medios más que suficientes para
evolucionar (y revolucionar) el mundo y hacer florecer la
justicia y la mano tendida en las relaciones humanas. La
esperanza comprensiva es ya una gran comprensión, un buen
amanecer para sentirse con ganas de ascender al árbol de los
sueños. Que de los sueños a la vida sólo hay un paso.
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