Me dicen, en sitio que suelo
frecuentar, que una mujer joven ha preguntado por mí. Poco
tiempo después, aparece y con pasos dubitativos se dirige
hacia donde yo estoy. Tras preguntarme si soy la persona que
ella busca, se disculpa por abordarme. Aprovecho el momento
para invitarla a sentarse a mi mesa.
Tiene la voz agradable, los ojos almendrados, y en su cara
destacan la boca y unos pómulos abultados. Luce melena
suelta y cuidada, y su figura es armónica. Es una mujer
atractiva, sin duda. Aunque se le nota bastante que está
asediada por los nervios.
La invito a que me cuente el motivo de su visita. Y, tras
mirarme fijamente, se le escapa un suspiro que suena a
antesala de no saber por dónde empezar. Le recomiendo
tranquilidad y aprovecho el momento para pedirle un
refresco. Con el fin de que semejante intervalo le sirva
para calmarse.
Pasado ese tiempo, mi usted dirá... surte efecto. “Verá,
De la Torre, el venir a verle, como usted comprenderá,
me ha costado mucho trabajo. Puesto que yo le conocía sólo
de oídas y de haberle leído en alguna que otra ocasión. No
muchas, la verdad por delante. Porque tampoco dispongo de
mucho tiempo libre”.
Bien, no se preocupe. Si en algo puedo ayudarla..., lo haré.
Dentro de mis modestas posibilidades.
-Gracias. Lo sé. Puesto que quien me ha recomendado que
viniera a verle, me lo ha dicho. Y esa persona merece toda
mi confianza. Iré al grano: estoy pasando por un mal trance.
Debido a que estoy siendo acosada por un hombre con quien
trabajo. Y cuando me he rebelado, no sin antes haberle dicho
muchas veces que perdía el tiempo con sus propuestas,
insinuaciones y atrevimientos..., he tenido problemas. Tan
grandes como que han tratado de darle la vuelta al asunto:
achacándome a mí las causas de la situación. Porque estoy
decidida a denunciarlo.
¿Aún no la ha denunciado?
-No. Ya que en estos casos las víctimas de acosos sexuales
se exponen a que no tomen en serio sus palabras, y además de
perder el empleo, muchas reciben burlas y hasta son
señaladas como culpables de provocar los desatinos sexuales
del hombre.
Mire usted, tener miedo al que dirán los demás me parece que
no le va a servir de nada. Porque en cuanto descubran que
usted está asustada, o que le aterran los comentarios que
puedan propalar sobre unas supuestas provocaciones suyas,
todo será peor que antes. Para usted, naturalmente.
-Lo entiendo. Pero estoy hecha un mar de dudas. Compréndame
usted también a mí.
Explíqueme, pues, a qué ha venido a verme. Dado que ni yo
soy especialista en tales cuestiones, ni puedo ayudarla en
ningún otro sentido.
-Sí puede ayudarme. Lo creo firmemente. Porque, sin leerle
diariamente, como ya le he dicho, me consta que sus columnas
son muy seguidas. Y mi jefe es lector suyo. Y aunque
arrogante y narcisista, hasta el extremo de ser un acosador
que suele perder los papeles cuando se le dice que no, en
cuanto usted cuente algo en relación con mi problema y el de
otras mujeres que han pasado por lo mismo, sé que sentirá
aludido. Y se asustará. E incluso podría perder la ayuda que
recibe de su entorno.
Si usted lo cree así...
|