Las visitas de los bomberos a las inmediaciones del CETI
para extinguir un par de incendios en las últimas 48 horas
ha destapado la imagen de auténticos vertederos en que se
han convertido las laderas por donde discurre la carretera
de acceso al Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes.
Basura, desechos múltiples, vegetación salvaje, hojarasca
reseca comparten espacios con grupos de subsaharianas que
aguardan pacientemente en recovecos boscosos, protegidos del
sol, a la oportunidad de ofrecer un servicio social cobrado
en metálico o en especie a los propios residentes del Centro
ubicado a una decena de metros monte arriba
Los trabajos de limpieza en los montes en previsión de
posibles incendios en este verano no han llegado, ni por
asomo, a las zonas boscosas de los alrededores del CETI y la
carretera que llega hasta el Jaral. Y todo pese a que en las
cercanías se encuentra precisamente un centro de estancia de
inmigrantes con más de 300 individuos y que linda en las
cercanías con viviendas de lujo y chalets y más arriba con
el nuevo centro hípico de Ceuta que se encuentra a punto de
inaugurarse.
La imagen de los pequeños caminos naturales con los que se
logra acceder a la ladera que baja del CETI es bochornosa,
dantesca y contraria a las buenas prácticas con la
naturaleza. Restos de basura, comidas, plasticos, latas,
bolsas... una escombrera manifiesta provocada por las idas y
venidas de los residentes del centro de estancia que han
hallado en esa zona su lugar de esparcimiento al aire libre
alejado de las normas impuestas en el interior del recinto
vigilado.
Se trata de un foco claro de infección que comparte espacios
con la hojarasca de los eucaliptos caidas y que ha ido
cobrando volumen a lo largo de los meses y, por el aparente
abandono, de los años.
Hasta la fecha dos incendios han puesto la prueba la
capacidad de respuesta de los bomberos y de los sistemas
previstos para hacer frente a los incendios en esta
temporada en la que Ceuta ya ha sumado, hasta la fecha, tres
días continuados de estado de alerta roja por riesgo de
incendio forestal.
Los técnicos y profesionales consultados sobre el terreno se
espantan, directamente, sobre las consecuencias que pueden
acarrear un fuego en esta zona que no pueda ser controlado a
tiempo como hasta ahora, donde la suerte y la rapidez de la
actuación de los hombres antiincendios han logrado frenar ya
dos veces que las llamas fueran más allá de las zonas a las
que afectaba.
Pero aún más, pasear para descubrir las esencias de esta
zona en concreto produce efectos vomitivos. El hedor
dimanante de lo putrefacto; el lixiviado que gana su espacio
a base del tiempo en que los restos llevan depositados,
configura un escenario entre la tragedia por el daño causado
a la naturaleza y el drama que supone el hecho de que las
inmigrantes subsaharianas intenten pervivir ganándose la
vida a base de encuentros furtivos en los espacios propicios
que proporciona la todavía frondosidad de la zona boscosa
aledaña al CETI.
Cada mañana, a partir del mediodía, un elenco formado por
algo más de una decena de jóvenes baja por las sinuosas
pendientes de la ladera hallando el lugar que a cada una le
corresponde (de una en una o de dos en dos). Pertrechadas
con sus termos de agua, bolsa de plástico con útiles para la
‘higiene’ acuden a ‘sus’ puestos rodeados de la inmundicia
de vertidos anteriores donde en los espacios del alrededor
se juntan evacuaciones fisiológicas de todo tipo de
conductos.
Un escenario donde los eucaliptos se amuerman entre los
sonidos de las ‘chicharras’ abrasadas por las altas
temperaturas, escondidas entre las ramas calvas (pese a no
ser un árbol caducifolio) y testigos exclusivos de los
‘servicios sociales’ furtivos que se producen en ese forzado
ecosistema.
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