Lo conocí cuando era director de
una escuela en la que una niña enfermó de leucemia y ésta
nos dio a todos una lección de estoicidad. Por lo que pude
averiguar, aquella niña había nacido especial, pero aun así
estaba destinada a vivir poco. En ocasiones, todavía me
parece distinguir sus facciones. Las de una criatura cuya
corta existencia sirvió para dejar huella indeleble entre
quienes la tratamos.
De aquel tiempo, pues, datan mis relaciones con Juan
García. Ya que él vivió intensamente la enfermedad de su
alumna y a mí me tocó seguir un proceso cuyo final estaba
cantado. Me consta que aquel hecho, tan sumamente
desgraciado, le afectó muchísimo. Tal es así que una vez
traté de recordarlo y comprendí rápidamente que estaba
hurgando en una herida que tenía las trazas de no cerrarse
nunca. De modo que cambié de tercio en un santiamén.
Hubo una época, no sé si porque Juan se había prejubilado,
que él y yo coincidíamos todos los días caminando por la que
llaman Carretera Nueva. Él iba con su perro, Gordo de
nombre, que nada más verme me hacía todas las fiestas del
mundo. Gordo es un Golden Retriever. Con lo cual sobra que
les diga la bondad que derrocha y la compañía que ofrece a
su dueño.
Juan y Gordo formaban –y siguen formando- la mejor imagen
para que quienes aman a los perros perciban, inmediatamente,
las causas por las que esa sintonía se produce. Esa imagen
fue la que a mí me animó a decir un día que me gustaría
disfrutar de la compañía de un labrador, y me cogieron la
palabra.
Ocurrió hace cuatro años, los cuatro que Gordo ha sumado a
los que ya tenía. O sea, que se ha hecho mayor. Y, claro,
los achaques han ido apareciendo y su caminar ha ido
perdiendo ese vigor que sacaba a relucir cuando otrora
caminaba a la vera de su amigo. Pero Gordo jamás se sentirá
viejo, mientras Juan siga mimándolo de la manera que lo
hace...
Días atrás, como tantas otras veces, Juan y yo nos paramos a
charlar. Y la conversación, en principio, se basó en cómo
estaba mi amigo Gordo. Y me contó que estaba veraneando en
Fuengirola. Y me puso al tanto de sus dolencias reumáticas.
Y de las pastillas que toma para fortalecer sus
extremidades. Y él a su vez quiso saber cómo estaba Oasis,
mi labrador. Y allá que nos metimos en una conversación que
a muchas personas les haría pensar que nosotros no estamos
muy bien del tejado. Y hasta puede que cosas peores. Pero
Gordo y Oasis nos ofrecen a Juan y a mí momentos que
nosotros apreciamos en todo su valor. Sí, ya sé que algunos
de ustedes podrán exclamar la frase tan manida de que hay
gente pa´tó. Pero que más da. Nadie es perfecto.
Juan García es, además, lector de este periódico. Y siempre
me ha dicho que él prefiere leer ‘El Pueblo de Ceuta’ de
papel, antes que hacerlo en internet. Pues le encanta tener
entre las manos la prensa escrita. Y me ha contado, en esta
ocasión, que lo ha venido haciendo incluso cuando pasa
cierto tiempo en Fuengirola.
Eso sí, hasta hace pocos días. Ya que la Papelería Inca,
donde se lo reservaban, ha dejado de recibirlo por no sé qué
motivo de distribuidora. Y como él hay otros ceutíes,
lectores también de nuestro medio.
Así que lo escribo para que el gerente, Ángel Muñoz,
trate de solucionar el problema. Que siempre será más fácil
que devolverle a Gordo la vitalidad de su juventud.
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