En mi casa siempre me decían que,
si alguna vez la casa se caía, el único que se salvaba era
yo porque nunca estaba en ella. Y en esa afirmación llevaban
toda la razón del mundo, pues he hecho por esos mundos de
Dios, como se decía antes, más kilómetros que el baúl de la
Pique.
A veces, cuando me da por pensar por los lugres que he
andado, me echo las manos a la cabeza y me parecen
increíbles los kilómetros que me he metido entre pecho y
espalda. Quizás sea esa la razón, por la que, en estos
momentos, lo que más deseo en el mundo es estar en mí casa
junto a los míos rechazando, alguna que otra invitación que
tienen a bien hacerme.
Por todo eso no hay nada que me pueda producir el menor
asombro, incluidas las cosas que me cuentan y de todas
aquellas de la que soy testigo ocular. Tengo más tiros dados
que los patitos de la feria.
Pero, sin embargo, hay cosas que me preocupan, y me dan por
pensar, debido a esas miles de kilómetros que he hecho por
esos mundos. Una de las preocupaciones que más me afectan,
en estos momentos, es la cantidad de negros que hay pidiendo
por nuestras calles. Que hay más negros que personas
vendiendo lotería, ¡que ya es decir!.
Por cierto, antes de que los “buenos” me puedan lanzar sus
criticas por llamarles negros y no como la cursilada de
llamarles “morenos”. Les llamo negros, porque ese es su
color, como hay el color blanco, amarillo o cobrizo. Pero
que conste, lo hago sin término peyorativo sino, simple y
llanamente, porque ese es el color de su piel. Aclarando que
es gerundio.
Bien, me tengo que explicar, para que ustedes entiendan, por
qué razón me preocupa la cantidad de negros que hay pidiendo
por nuestras calles. No me molesta lo más mínimo que se
dediquen a pedir.
Lo que realmente, me preocupa, no se si ustedes se habrán
dado cuenta, es que a todas las personas que ya tenemos
cierta edad, al dirigirse a nosotros, para pedirnos una
limosna, nos dicen “papá”. Y que te llamen “papá” es
realmente preocupante tal y como están las cosas. Que, hoy,
por menos de nada te piden que te hagas la prueba de
paternidad, aunque no hayas visto a la señora en tu vida.
Me siento con tranquilidad, en el sofá, y repaso los lugares
por donde he podido estar. Me quedo tranquilo pues jamás, en
mí vida, he estado en ningún país africano. O se que lo de
“papá”, lo tengo claro es por la edad que tengo. Además,
como estoy más seco que un “volao” en tiempo de poniente
fuerte, para qué van a querer endosarme un hijo. Eso queda
para los ricos, los que tienen algo que soltar, que le salen
hijos por todas partes.
Me sereno, quedo tranquilo y por si fuese poco, le digo al
negro que me ha llamado “papá”, haciéndome señales de que
tiene hambre que se venga que le voy a comprar un bocadillo.
Me contesta que de bocadillo nada, que quiere que le dé el
dinero.
Mucho “papá”, mucho decirme que tiene hambre y cuando le
ofrezco el bocadillo, me dice que no. Me pongo “negro” y me
voy.
|