Gracias a sus voces consiguen que muchísimas personas lloren
de emoción, de ilusión, de alegría. Son protagonistas de
grandes eventos donde, acompañados por la suerte, transmiten
uno de los mejores recuerdos que podría guardar un ser
humano. Y quizás sea eso lo que ellos mismos aún no saben;
que en cuestión de minutos le han dado un giro a la vida de
cientos de personas que, en los peores casos, sólo podían
aspirar a valorar las pequeñas cosas.
Ellos, los nueve niños de San Ildefonso, serán hoy los
encargados de repartir los 125 kilos de oro que se
convertirán en una gran acción social a través del
tradicional Sorteo de Cruz Roja Española. Aunque nunca
habían visitado Ceuta, algunos supieron valorar la belleza
de la tierra, “es muy bonita”, contestaba Borja, que
confesaba que su sorteo preferido era el de Navidad “aunque
el año pasado no canté”. Otros como Brian, y debido al
cansancio del viaje, preferían “estar en casa con mis padres
de vacaciones”. A pesar del esfuerzo, reconocieron su
entusiasmo por participar en un evento con un fin diferente,
como es el recaudar dinero para quienes más lo necesitan:
“es un sorteo que nos gusta porque es la primera vez que lo
hacemos”. Claro que eso no significaba que estuvieran
nerviosos porque después de tantas clases tenían los
impulsos muy controlados: “tenemos que asegurarnos de que no
haya errores y si te equivocas alguna vez, pues nada”,
aclaraba Borja.
Pese a la espectacularidad que sobre ellos recae por sus
intervenciones en la Lotería Nacional o su internamiento en
la residencia San Ildefonso, estos niños se sienten “igual
que todos”, manteniendo una vida normal “sin mucha
diferencia. Cuando vamos a clase nadie nos dice nada, no son
distintos y eso me gusta”, se despedía Borja. Algo tímidos
ante los focos, los repartidores del oro confesaron que se
el trayecto “ha sido un poco largo y casi todos los sorteos
son iguales” Pero estas experiencias no pasan desapercibidas
por su memorias: “hace dos años canté el Gordo, el 6.381. No
vi a la gente a la que di suerte pero llamaron. Son muy
rácanos porque nos tenían que regalar algo pero, por lo
menos, nos dan ilusión”, bromeaba Raúl. Y aunque son
pequeños, también sueñan con que algún día a ellos le canten
la suerte. “Si me tocara algo, se lo daría a mi madre porque
no me hace falta nada, estoy bien como estoy”, se sinceraba
Raúl.
Sin embargo, ser un niño de San Ildefonso también puede ser
complejo e incluso cansino. Es el caso de Brian, quién lleva
cuatro años cantando lotería siendo este su último. “Le
recomiendo esta experiencia a otros niños pero por poco
tiempo porque aburre y es repetitivo y lo cierto es que me
gustaría estar en casa con mi familia. Al principio es algo
nuevo pero luego se convierte en rutina. Y se puede
considerar en diversión pero también trabajo. Además de que
nadie me ha regalado nada”. Pero, a pesar de todo, “estamos
contentos de haber venido”, se despedía Brian.
Vicente Ramos es el educador de la residencia San Ildefonso;
durante su trayectoria ha visto pasar a ciento de niños que
con su voz han dado triunfo a muchas acciones. “Intentamos
normalizar su vida; por la mañana van a clases y por la
tarde les ayudamos con los deberes y van con sus familias
los fines de semana porque no están tutelados por nosotros.
Es un recurso social y si dan el perfil, entran ya que no
les pueden atender económica o asistencialmente. Los tenemos
desde los 6 hasta los 14 años y una experiencia resulta
enriquecedora porque pueden viajar, unos siete u ocho al
año. Siempre tratamos de enseñarles lo más interesante
porque es cultura”. Y en cuanto a la voz, “hay distintos
papeles dependiendo del sorteo. Después de los 14 años
regresan con sus familias y si el problema que ha originado
su ingreso en el internado no ha sido solucionado, se hace
cargo la comunidad”, concluía el profesional de San
Ildefonso.
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