Francisco Márquez,
consejero de Hacienda, vivió muchos días con desazón el
desarrollo de las conversaciones sobre la Financiación
Autonómica. Tan a pecho se tomó el asunto nuestro hombre, lo
que no era para menos, que corrieron rumores acerca de que
unos nervios alojados en su estómago le traían a mal traer.
Pero él, duro como el pedernal, aguantó esa racha sin dar la
menor muestra de dolencias tan molestas, porque deseaba
estar en su sitio cuando se diera a conocer que a Ceuta le
asignaban 15 millones de euros.
En cuanto se supo la buena nueva, el consejero durmió a la
pata la llana. Y se levantó al día siguiente con la
sensación de que el deber cumplido era la causa que le hacía
sentirse ya libre de los trastornos molestos que había
padecido su organismo por mor de lo que los médicos suelen
llamar distonía neurovegetativa. O sea, una acumulación de
nervios y gases que motivan desarreglos que quitan las ganas
hasta de respirar.
Tras recoger los aplausos correspondientes en los medios -el
mío no lo tuvo, algo que le disgustó, según me dijeron-,
Márquez se sintió con ganas de celebrar su éxito político. Y
lo hizo como en él ha sido siempre habitual: a lo grande.
Aunque a Paco, con quien nunca hablé, tengo la certeza de
que le gustaría más que se hablara de que se divirtió de
manera selecta. Puesto que siendo como es persona de buenos
modales, y a la que se le atribuye estar en posesión de un
gusto exquisito, nadie debe extrañarse de que pase sus ratos
de ocio en sitios hechos a la medida de las minorías
selectas. Y está en su perfecto derecho.
Como está en su perfecto derecho de vestir con esmero y de
acicalarse cuanto le venga en ganas. Y, claro, su modo de
ser y de entender la vida casa perfectamente con su cuerpo
bronceado y con su imagen de eterna juventud que goza
tomando el sol en una playa acotada de un hotel de lujo, en
la Marbella donde hasta las horteradas de Jesús Gil
se convertían en detalles de buen gusto que habrían causado
la envidia de un espíritu tan sensible como era Oscar
Wilde.
Por tales razones, lo ilógico hubiera sido que el reportero
de Antena 3 Televisión, perteneciente a un programa de los
que llaman del ‘corazón’, no se hubiera fijado en Francisco
Márquez. Yo creo que a la reportera o al reportero, lo
primero que se le vino a la vista fue la figura de nuestro
consejero de Hacienda pletórico de felicidad. Cuya soltería,
y el sueldo que percibe como consejero, le permiten echarse
mano a la faltriquera sin que ésta sufra merma que ponga en
peligro su estabilidad económica. Lo cual sí que sería
motivo de preocupación. Debido a que cualquier político,
empeñado en gastar más de lo que ingresa, es siempre causa
de inquietud.
Mas no es el caso que hoy nos ocupa. El caso que hoy nos
ocupa es que Francisco Márquez debió ser más precavido
cuando las cámaras de Antena 3 Televisión fueron a su
encuentro y al de su acompañante. Porque éste, en estado de
euforia, presumió de lo que costaban los mojitos. Incluso
habló de dinero: trescientos o cuatrocientos euros.
Calderilla pura y dura. No más. Y destacarlo fue, desde
luego, una horterada. La que Paco debió impedir a toda
costa. Pero ese día, sin duda, el consejero estaba en Babia.
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