Con serenidad, con calma, pero con
mucha información debemos afrontar lo que nos va a tocar
vivir, seguro, según todos los expertos, a partir de este
próximo otoño. La llamada gripe A comienza a dar pruebas,
ahora en el hemisferio sur, de su verdadera dimensión.
Probablemente ni tan grave como se presuponía con el
principio de los brotes en Mexico, ni tan leve como se
dedujo con posterioridad. Ya se conoce que el virus se
propaga a una gran velocidad y que el mal afecta con
especial virulencia a algunos colectivos vulnerables:
enfermos crónicos, diabéticos, embarazadas, obesos y niños
menores de dos años entre otros. Especial atención pues para
ellos. Sanidad advierte que después del verano la gripe A
puede causar en España unas 8.000 muertes, algo más o menos
similar a lo que se produce en nuestro país anualmente como
consecuencia de la llamada gripe estacional o común. Se han
solicitado 37 millones de dosis de vacunas de las que unas
32.000 vendrán a Ceuta. Se trata de inmunizar al 40% de la
población aunque no hay que ser optimistas en los plazos en
los que lleguen estas inmunodefensas. Es posible que no sea
hasta primeros de año -quizá tarde ya- cuando arriben no
sólo a Ceuta, sino al país en general.
Hoy se desarrolla el consejo interterritorial de Sanidad. Lo
que no cabe duda es que la pandemia de gripe A va a poner a
prueba la virtualidad y eficacia del Estado de las
autonomías. Si vence el particularismo y el espíritu de los
reinos de taifas, se volverá a plantear, con la virulencia
derivada de los fracasos en materia de salud, el debate
sobre la descentralización de la Sanidad y la España plural.
Es demandable, en este caso concreto, la unificación de
criterios dentro de un Plan Nacional que guíe la puesta en
práctica de medidas iguales en todas las comunidades y que
sea capaz de dotar a todas de las mismas capacidades de
respuesta ante la eventualidad pandémica porque en pocos
asuntos las conductas partidistas, si las hubiere, pueden
hacer más daño al interés general.
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