Al igual que Walt Whitman “me veo
en todos los hombres, y ninguno es más ni menos que yo”. Sin
sentimientos seríamos como las piedras. Quizás el lector
sienta este mismo estremecimiento u otras pasiones, que en
el fondo dejan la misma huella, porque en realidad todos
llevamos en la mochila una autobiografía vivencial. Siempre
hay un sentimiento que compartir y una emoción que ofrecer.
Póngase como argumento, la gratitud por ser lo que se es y
la gratuidad para desarrollar lo que se es. La receta
extendida en su tiempo por Unamuno de que “hay que sentir el
pensamiento y pensar el sentimiento”, aún hoy es tan
curativa como necesaria. Sería bueno prescribirla para la
legión de insensibles, indiferentes y pasivos que en el
mundo hay, a pesar de que el universo es un acordeón de
sensaciones que nos engrandece el corazón.
A mí, por norma, me ensimisma, en los amaneceres del verano,
cuando ríos de vida se visten de luz, abandonarme y tomar un
respiro en cualquier paraje balsámico de frondosa poética, y
dejar que los versos seduzcan el alma. Vivir es una sorpresa
permanente. Podemos transitar por el espacio, volar hasta la
luna y aterrizar en mundos lejanos, participar en las
fuentes que nos dan aire e intervenir en las autopistas
siderales; pero: ¿De qué manera y para qué? El desafío está
siempre en las manos de hombre. La historia, nuestra propia
historia, la de cada uno, está llena de conquistas pero
también de fracasos. En el momento actual, a poco que
visionemos este mundo globalizado, nos encontramos con un
gran reto. Ver la manera de asegurar la supervivencia del
hábitat y de sus moradores, lo que exige sin reserva alguna,
salvaguardar la dignidad humana en todos los rincones del
planeta. Se me ocurre que una armónica manera sería la de
inyectar en todos los poderes mundanos, el engrase de la
ética que espiga de la naturaleza misma del ser. Hay que
repensar en el mundo muchas cosas, entre ellas la idea de
quién somos y hacia dónde vamos. Ya está bien que las
personas sigan, como ayer, en pública subasta.
Los científicos deberían clarificar el ambiente. Las grandes
sabidurías han de ponerse manos a la vida y ofrecer un
patrimonio moral capaz de cimentar diálogos. Asimismo, las
religiones deben defender y avivar la pertenencia a una
muchedumbre que nos ciñe y nos circunda, porque yo la
circundo igualmente, bajo un honesto abecedario impregnado
por la esencia purificadora del alma. En todos los seres
humanos cohabita un acervo de valores morales comunes que
nos hacen especie humana. Debemos ir más allá de la mera
producción de normas de comportamiento, sobre todo de
aquellas que no modelan la conciencia humana. Hay que
caminar en favor de los más pobres y necesitados, ellos,
como nosotros, también tienen derecho a vivir. Hemos podido
subir a la luna, pero todavía no hemos bajado a la tierra, a
los suburbios donde malviven personas que se mueren de
hambre. A los más débiles, los inocentes, los indefensos,
los enfermos, a menudo se les considera una carga pesada,
permaneciendo indiferentes a sus gemidos. Hablamos de
diversidad y de naturaleza, pero apenas de amor social y de
humanidad socializada o socializable.
¿Qué soy, al fin? ¿Hacia dónde vamos? O mejor aún, ¿hacia
dónde nos quieren llevar? Son las eternas preguntas que el
hombre siempre se hizo. Ahora no tenemos tiempo ni para
asimilarlas. El propio sistema productivo, con una
desvergüenza total, nos impone su propio ritmo. Un compás
que raya la esclavitud. Saciarnos de sosiego es casi un amor
imposible. ¡Cuántas veces resulta difícil encontrar el clima
sereno y la atmósfera distendida para gustar la intimidad,
dialogar y compartir las exigencias y los proyectos de cada
uno! Por eso, las vacaciones son muy oportunas, y no hace
falta tener mucho dinero en cartera, para colmar estas
lagunas, por decirlo así, de humanización. Hay que humanizar
las estructuras sociales y humanizarnos nosotros también. Es
preciso romper aislamientos entre los hombres, son más cosas
las que nos unen que las que nos separan, huir de
sectarismos que nos aborregan, y reactivar un modelo de
sociedad caracterizado por la participación libre, pero
también responsable de los ciudadanos, sin distinción
alguna, en la empresa colectiva de hacer mundo, y un mundo
habitable.
Para verme en todos los hombres, no podemos dejarnos llevar
únicamente por el entusiasmo de los avances, máxime cuando
ese progreso no alcanza a todos. No sería ético. Convendría
preguntarse, ¿si todos los desarrollos hasta ahora logrados
van de acuerdo con el progreso moral del ser humano?
Hablamos de ¿progreso o amenaza para el hombre? En verdad,
por consiguiente: ¿Se ama a la persona por ser persona? Es
cierto que hoy estamos físicamente más interconectados unos
y otros, pero esa interconexión para muchos ciudadanos es
más de boquilla que de otra cosa. Cerca de 850 millones de
personas viven en los países más pobres, que son
primordialmente africanos y asiáticos, además del caribeño
Haití, a la espera de que los brotes verdes, sobre todo los
de la inversión, también lleguen a su entorno. Por cierto,
el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)
ya ha advertido que, como resultado de la crisis económica
global, disminuirán las posibilidades de desarrollo de las
naciones más pobres. Al final, lo de siempre, la factura
gorda la pagan los más flacos.
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