La llegada del hombre a la Luna es
motivo de comentarios, debido a que hoy lunes, cuando
escribo, se cumplen cuarenta años de la proeza de
Armstrong, Aldrin, y Michael Collins,
tripulantes del Apolo XI. En la reunión en la que estoy, en
horario de aperitivo, alguien pregunta si nos acordamos de
algo especial de aquel 20 de julio de 1969, fecha del
acontecimiento del alunizaje. Los reunidos van relatando
dónde estaban, qué hicieron o qué impresión les causó
aquella extraordinaria aventura.
Llegado mi turno, cuento que aquel día me encontraba yo en
la playa. En la playa de La Puntilla, del pueblo donde me
nacieron, y que estaba de moda el siguiente grito:
“¡Alcalde, te las bebes y no las pagas!”. La expresión era
una denuncia que se había hecho popular en Jerez de la
Frontera. Y que los jerezanos, en su deambular por las
playas de la Bahía Gaditana, lanzaban al aire en tono jocoso
y, si me apuran un poco, con ánimo de airear la mala
costumbre que había adquirido su alcalde.
Un alcalde, famoso en todos los sentidos, que gustaba de
salirse cada día de su despacho, a esa hora vaga de
mediodía, para tomarse su aperitivo en un bar cercano al
Ayuntamiento y conocido por su buen servicio. Llegaba pues
el regidor, con su proverbial simpatía por delante y su
enorme prestigio, y se tomaba los tres catavinos de fino la
Ina y sus correspondientes tapas.
Y terminaba siempre despidiéndose sin que se le ocurriera
nunca meterse la mano en el bolsillo. Y así estuvo el
alcalde durante tres años. Hasta que el dueño, herido más
por creer que lo estaba tomando por lelo que por el dinero
de las consumiciones, supo hacerse con los servicios de unos
chavales que se dedicaban a gritarle, en cuanto lo veían
llegar al establecimiento y salir de él, lo de: “¡Alcalde,
que te las bebes y no las pagas!”. Y, claro, luego no les
quedaba sino salir por pies.
El grito prendió en todo Jerez. Y pronto se conoció su
significado. Y los municipales fueron alertados para que
trataran de amedrentar a quienes bien situados eran capaces
de echarle en cara al alcalde su mala conducta. Mejor dicho:
la cara dura que mostraba al beber y comer de gañote por
creer que su cargo daba para eso y para más. Lo que no sé es
si al alcalde le afectó la cosa de modo que dejara del ir al
bar o bien decidió pagar lo consumido. Ni que decir tiene
que el grito se hizo tan popular que, durante varios años de
la mitad de los años sesenta, se oía a cada paso para poner
en entredicho a quienes gustaban pegar la gorra. Y todavía,
aunque con menor intensidad, se suele oír por tierras
gaditanas el dicho: ¡Alcalde, que te las bebes y no las
pagas!”.
Lo cual, y estaréis de acuerdo conmigo, dijo uno de los
reunidos, no le pasará nunca al alcalde de Ceuta. En
principio, porque no es hombre de frecuentar bares. Y menos
si se trata de abandonar su despacho con la sola idea de
tomar el aperitivo. Y luego porque jamás se le ocurriría,
tras decir “Hasta verte, Jesús mío”, darse el piro sin
pagar.
Llevas razón, respondió otro. Pero bien haría Juan Vivas
en no aceptar nunca ciertas cuchipandas privadas. Ofrecidas
por quienes están ya en el punto de mira de quienes
comienzan a largar acerca de que tales anfitriones ganan
dinero con relativa facilidad en el municipio. Y el
contertulio lo dijo, créanme, con esa seriedad que dicen que
ponen en el decir los miembros de ‘Manos Limpias’.
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