La piscina bulle a causa de los
manotazos, patadas, saltos y juegos de la gente joven, casi
niños y niñas en su totalidad, con fuerte tendencia a
saltarse las normas más sencillas del civismo. Los
responsables se las ven y se la desean para mantener el
orden mientras el cloro inflama los ojos de.la gente de
manera espantosa.
Mientras los jóvenes se apropian de todo el recinto
acuático, el que contiene agua clorada, los mayores nos
dedicamos a observarlos, a leer la prensa matutina, a hablar
de temas que nos interesa… hasta formamos una pequeña
tertulia en la terraza del bar y en la que el miembro de
menos edad no pasaba de los cuarenta para abajo.
Damos por hecho que los jóvenes pasan de la política.
Mientras tomamos unas cervezas heladas en vasos de
plásticos, normas del municipio que prohíbe usar cristales
en recintos multitudinarios, y picamos unos langostinos con
calibre de gambas y unos trozos de ternera con calibre de
vaca, charlamos de todo lo que se puede charlar.
Entretanto, el alcalde del pueblo, moldeado de manera unida
y convergente, abre la jaula que contenía dos gaviotas y las
suelta para darnos una sensación marinera.
En otra mesa, contigua a la nuestra, unos señores abren una
tertulia en la que el tema principal es el fútbol. No podían
hablar de otra cosa teniendo como tenían al presidente del
Real Club Deportivo Español sentado con ellos. Mientras su
hermano, el hermano del presidente del segundo club catalán
de primera división, mantiene un rifi-rafe a cuenta de la
financiación en los despachos del Gobierno autónomo.
Uno de los contertulios me pregunta qué es lo que más me
gusta del mar. Le respondo que me gustan los calamares
fritos. Mientras, el sol nos hace destilar perlas por cada
poro.
Con el cuerpo chorreando de elemento líquido, asumimos el
sentido de la realidad y acordamos zambullirnos en el
líquido elemento encajonado en un enorme cubo pintado de
azul sin el lado superior. A ese cubo lo llamamos piscina.
Una chica exclama glú, glú mientras hunde la cabeza debajo
del agua y otra hace flap, flap golpeando la superficie con
las manos abiertas y metiéndome miles de microbios por los
ojos. El caldo de cultivo en que se ha convertido el agua de
la piscina está caliente. Calentísimo.
Refrescado, es un decir, volvemos a nuestra mesa y a nuestra
tertulia con nuevas jarras de helada cerveza.
Hablamos, no debatimos, del escaso sentido de la realidad
del que adolece el presidente del PP, Mariano Rajoy, con sus
declaraciones fuera de contexto. Así y todo, hablamos de
Camps, de sus trajes y de las anchoas que nos acaba de
servir el solícito camarero.
Uno de los contertulios, un señor con un pie en el
ochocentismo, me pregunta que de dónde saca tantos trajes y
tantos modelitos la vicepresidenta del Gobierno estatal.
Otro grita que duda que pase nada, afirmando que si pasa…
¿qué dirá la chuleta de Cospedal?, apoyada por la
impresentable Rita Barberá, la alcaldesa de la ciudad de los
murciélagos y las naranjas. Nos pide que a Rajoy no se lo
toquen que es cortito y podría volver Aznar.
La rotunda alcaldesa valenciana tiene la desfachatez de
comparar un regalo institucional –las anchoas que regala el
presidente de Cantabria al presidente del Gobierno español-
con un regalo prevaricado, los trajes, de empresas que
firman contratos con la Generalitat valenciana.
Se nota, entre otras muchas cosas, la supina ignorancia en
el tema de la financiación de la mayoría de los ciudadanos,
al menos un alto porcentaje de los reunidos así lo confirma,
que creen que 11.000 millones de euros no significan nada.
Trato de hacerles entender que ese montante corresponde a
una especie de paga extra, que no es el total. Desisto. No
lo entienden.
En fin, pasar un rato agradable en la terraza del bar de una
instalación acuática no me lo amarga nadie, ni aún
metiéndome a Mariano Rajoy de contertulio, menos aún si
tengo la sopa de microbios a un paso y la ducha detergente y
refrescante a dos pasos.
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