De Ucrania se sabe que es el país más extenso de Europa
después de Rusia, que sus tierras fértiles están regadas por
el Mar Negro y el Mar de Azov, que tiene 47 millones de
habitantes y que allí nació Trotsky. Y también sabemos, que
cada verano algunos españoles deciden acoger a niños de ese
país para que conozcan la realidad del mundo fuera de los
orfanatos en los que viven. Una realidad distinta. Ni mejor
ni peor. La que les toca vivir a los niños con ese destino.
Maribel Lorente estaba escuchando la radio cuando una
información sobre un campamento de refugiados en el Sáhara y
unos niños que iban a venir en verano. Saharauis, peruanos,
somalíes o ucranianos, no importa la nacionalidad. “Sólo
ayudar al que lo necesita y decidí acoger aquél primer año a
tres niños ucranianos”. Dice que la experiencia fue buena,
tanto, que quiso trasladar la posibilidad de conocer el
núcleo familiar a otros niños y por eso inició la andadura
de poner en marcha una asociación que trabajara por los
colectivos más desfavorecidos. Surgió Digmun y a partir de
ahí, al ser una entidad colegiada, difundió con más
facilidad la idea de los acogimientos. “En Ceuta estamos
sujetos a la comunidad andaluza y poco a poco varias
familias fueron interesándose en el proyecto y hemos llegado
a hoy, con una decena de niños ucranianos disfrutando de
varios meses al año de nuestros hogares y no de las paredes
del orfanato”.
¿Qué caracteriza a los niños? todos tienen un vínculo común
además del de residir en un orfanato. Están en lista de
adopción. Oksana, tiene ya 15 años y lleva varios
compartiendo sus vacaciones con Maribel. “Al principio todo
es duro, falta confianza, notas el temor en sus ojos, se
limpian tus besos, están desorientados...”, pero luego todo
va surgiendo por sí mismo y está claro que los padres de
acogida llegan a quererles como si fueran sus hijos. “La
vida está para vivir emociones y no encerrarse en una
burbuja”, comentan Rosa y Héctor, un matrimonio que lleva
varios años participando en el programa. Sea poco o mucho
tiempo junto a ellos, realizan campañas de saneamiento tanto
sanitarias como de afectividad. Y luego, regresan a su país,
pero todos los que participan en el programa de acogida
coinciden en que siempre es positivo para los niños. “Les
estimulamos incluso a nivel educativo, que estudien para que
salgan adelante”, comentan los padres. Lo más importante es
ser consciente de que esto es una causa solidaria y no hay
que pensar en el dolor que vas a sentir cuando se marchen y
dejen un vacío, sino en el corazón de esos niños que
disfrutan de lazos afectivos que no pueden tener en el
orfanato”. Saben que estar en un orfanato no es plato de
gusto para los niños. “La alimentación es peor, no tienen
tantos juguetes como aquí, no hay un calor familiar...”
Reconocen que es duro, si, que cuando llega el momento de
irse se esconden, que quieren quedarse con ellos, pero saben
que volverán pronto “y que nosotros podremos ir a verles”.
Duele pensar en el futuro que les espera, pero nosotros les
ayudaremos en lo que esté en nuestras manos”. Mejor no
plantearse el futuro y disfrutar de ellos en el Parque
Marítimo, paseando, jugando y hablando. “Después de una
acogida cambia la vida y la escala de valores”, comentan los
padres. Piensan en el presente, en obligarles a comer o en
curar sus pataletas con mimos. No se dejan embaucar por los
problemas reales de una Ucrania con altos índices de
prostitución y un alcoholismo palpable en las calles.
Piensan en la educación que pueden recibir y en lo que se
llevan para que estructuren pautas de comportamiento
responsable y luchen para ser alguien de provecho en la
vida.
Animan a no tener miedo al concepto de ser padres de
acogida. Todos salen ganando y los niños saben que nunca van
a estar solos aunque se sientan así en los orfanatos. “Les
tenemos a ellos y nos tienen. Eso es la solidaridad. Eso es
la acogida”.
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Digmun recopila los 5.000 euros necesarios para
adecuar las instalaciones de un orfanato
Digmun ultima la preparación de la
Campaña de Navidad en la que intentará recaudar fondos para
enviarlos a uno de los orfanatos ucranianos. Se llama
Zytomir, y tras visitarlo, el director valoró que con 5.000
euros sería suficiente para arreglar los cuartos de baño y
mejorar unas instalaciones “muy deficitarias”. De moemnto,
ya tienen la primera aportación, tras recibir un donativo
del colegio de Educación Especial de San Antonio de 800
euros. Barajan ideas y piden colaboración y solidaridad para
seguir mejorando la vida de los niños aquí y allí.
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