El mundo es de los innovadores, de
los que generan ideas y no pierden el entusiasmo, de
aquellos que saben llevar a buen término la genialidad con
la que nos convidan y se convidan. Es bueno sentirse
creativo y ver que, tras una idea, se injerta una solución a
un problema. Naturalmente, no es fácil innovar y máxime si
no se cultivan moldes éticos. Se repiten conceptos que son
siempre más de lo mismo. Se siembran proyectos que apenas
nos magnetizan. Hemos de reconocer además que el entorno
ayuda poco al fomento de la creatividad. Para concebir
ingenios hace falta cultivar otras armonías y armónicos
compromisos. O lo que es lo mismo, para tener buenas ideas
antes hay que tener buenos caldos de cultivo y, junto a
ello, poseer la lucidez suficiente para implementar
eficientemente el desarrollo de la singularidad del
pensamiento. De nada sirve, por ejemplo, vociferar en favor
de economías innovadoras, si a renglón seguido conservamos
sistemas productivos arcaicos que suelen hacernos infelices,
generando multitud de depresiones.
Por cierto, en España se acaba de presentar el Observatorio
de la Innovación y el Conocimiento. Algo que suena muy bien
pero que dudo que sea efectivo. El objetivo del Ministerio
también es otra guinda: situar a España entre las diez
economías más innovadoras del mundo en el año 2015. Por
decirlo que no quede. De momento, no se llame a engaño, lo
que tenemos es un desempleo galopante que seguramente lo
está viviendo en propias carnes, pocas mimbres económicas
para la investigación, infraestructuras que no llegan a
modernizarse, universidades que no conectan con el mundo del
trabajo ni con la sociedad, PYMES ahogadas por la crisis,
una industria que no despega y un tejido empresarial de
escasas dimensiones. Así, con este panorama desesperante
para tantas familias, lo único que podemos producir es
inmovilismo y poco más. De todo, menos empleo, prosperidad y
calidad de vida.
Dicho lo anterior, me reafirmo en que es sumamente
importante innovar, desde luego que sí, pero desde un
redescubrimiento cultural nuevo que avive las virtudes de la
moderación y de dominio de sí mismo. De todos es sabido que
la dimensión de forjar, concebir, plasmar, pensar, producir,
alumbrar…; es un elemento vital de nuestras acciones. Así se
hace cada vez más evidente y determinante el papel del
trabajo creativo, lúcido y disciplinado, el espíritu
emprendedor de las personas como parte fundamental de la
misma actividad laboral. Ahora bien, junto a ese afán
natural y preciso de la innovación para los nuevos tiempos,
conviene también apuntalar la promoción de la justicia y la
dignidad de todo ser humano, en esa modernización,
adaptación y creación de un mundo más igualitario y más
comprometido con los excluidos del sistema. Está bien que
las empresas sean líderes en innovación, pero hace falta que
se internacionalice el progreso de manera solidaria, para
que redunde en beneficio de un bien globalizado.
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