Seis años después, la violencia de
género volvió a sacudir ayer Ceuta, otra vez en la barriada
de Juan Carlos I, con una nueva víctima mortal. Son dos en
la última década, pocas si se compara con las que se
registran en otras comunidades españolas, pero demasiadas en
cualquier caso. Una vez más, el presunto homicida no tenía
ningún antecedente por denuncias relacionadas con violencia
de género ni, por lo tanto, había dictada medida alguna de
protección sobre la víctima.
Es de esperar y de desear que la nacionalidad del supuesto
agresor no pase de ser una mera anécdota, que es lo que es a
la vista de la larga ristra de asesinatos que España suma,
pese a todas las medidas adoptadas desde la Administración
General del Estado y también por las autonómicas, año tras
año.
La ciudad autónoma parecía ajena ya a este tipo de
desgracias. El 25 de cada mes no se reunían más allá de una
decena de personas en la Plaza de la Constitución para
mostrar su repulsa ante esta lacra de nuestra sociedad y los
organizadores de las convocatorias acabaron por
desconvoncarlas y reducirlas a, si acaso, una al mes
Los ceutíes tienen hoy la oportunidad, aprovechando el
llamamiento realizado por la Ciudad para concentrarse en
silencio este mediodía ante el Palacio de la Asamblea, de
demostrar que han hecho propósito de enmienda y que son
conscientes de que los maltratadores, asesinos en potencia,
están también aquí, a nuestro alrededor, y que no sólo es
tarea de las instituciones hacerles frente.
Luchar contra la violencia de género es un reto social que
debe implicarnos y afectarnos a todos los estamentos de la
ciudadanía, desde los poderes públicos hasta los medios de
comunicación pasando, por supuesto, por la calle, por
erradicar el silencio sobre aquellos que pegan y golpean a
sus parejas o dan indicios de querer o poder hacerlo. El
silencio no ampara a nadie; sólo nos hace cómplices.
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