Estoy en mi casita, sano y salvo,
tras una peripecia de desplazamiento masivo.
Todos Vds. vieron lo que pasó en los sanfermines pamplonicas
a través de las imágenes proyectadas en TDT.
Solo pude ver directamente una carrera, la del viernes, bien
ubicado y con unas vistas que ya la quisieran los que pagan
150 euros por alquilar un balcón.
Primer tramo de 280 metros hasta el Ayuntamiento,
considerado el más peligroso porque en sus últimos metros no
existen refugio alguno en que retirarse los corredores. Es
el tramo donde más rápido corren los toros. Es la cuesta de
Santo Domingo.
El giro que hacen los toros hacia la izquierda para entrar
en la calle Mercaderes no es peligroso, el auténtico peligro
está en el siguiente giro, a la derecha para entrar en la
calle Estafeta. Justo, en la esquina de la calle Chapitela
tengo mi punto de avistamiento.
Imposible moverse hasta mucho después del paso de los toros.
Las calles están intransitables, llenas de gente que no
conceden respiros.
Miles de personas entierran sus prejuicios y se divierten lo
máximo. Alguna que otra chica muestra generosamente la parte
superior del cuerpo sin nada que lo tape con los “medios
melones al aire”.
Risas por doquier, cantos a voz en grito mientras un grupo
de chicas lloran la muerte de un joven ante la imagen de San
Fermín, encerrado en su hornacina y con cara de no saber
nada, con cara de santo inocente. Entretanto las bebidas
espirituosas inundan las calles.
No narraré las fiestas porque de sobra están narradas en
todos los medios de comunicación.
El sábado regresé a media tarde. Dos días con la adrenalina
ajena volando por el entorno de uno cansan demasiado. Además
el abuso en los precios de los servicios es equiparable a la
más brutal especulación… ¿dónde se ha visto que una cerveza
cueste siete euros?
A lo largo y ancho, mejor dicho estrecho, de mi estancia
sólo me he llevado un susto. Tremendo. Un mozalbete asomó a
la vuelta de la esquina de una de las calles una cabeza de
toro. Ver unos cuernos a escasos centímetros del rostro de
uno le para el corazón. La bronca que se ganó el mozo
portador de la cabeza encuernada fue de órdago.
Supongan Vds. que se encuentran, fuera del recorrido, con un
astado de unos seiscientos kilos. Entra en la UVI mucho
antes de que le toque.
Menos mal que fue una broma, pesadísima pero broma.
Me entero de que uno de los mozos ha muerto por las heridas
sufridas por asta de toro. No me extraña. Podían haber sido
más. La locura de correr entre toros bravos de quinientos
para arriba sólo ocurre en Pamplona. Otra cosa sería si el
animal fuera una vaquilla.
Tocar la punta de uno de los pitones de un miura produce
escalofríos casi mortales.
Aunque se debe meditar sobre estas fiestas, pero
compensándolo con tantas cosas que ocurren en el mundo de
manera voluntaria donde la sangre corre a borbotones.
Dejarse la vida subiendo a unos 8.000, conduciendo un F-1 o
una moto GP a tope, romperse el cuello cayendo de una torre
de castellers, etc., resulta a ser lo mismo. No hablemos de
los muertos cada fin de semana.
De todo lo que ha pasado en estos dos días por tierras
navarras, sólo me entristece la conducta de muchos
conductores que muestran claramente la nula educación que
tienen y que los enmarco dentro del catálogo de mentes
criminales. Son aquellos conductores que no utilizan los
intermitentes de sus coches para nada. Les deberían retirar
indefinidamente el permiso de conducir. Son peores que los
toros de San Fermin, al menos éstos son nobles.
El santo navarro, tal vez, me haya salvado por los pelos de
entrar en las estadísticas de muertos por accidente de
tráfico los fines de semana. Ocurre que estaba adelantando a
algunos coches, por la autopista, cuando de pronto uno se
coloca, sin previo aviso, delante. Frenazo, patinazo y susto
de muerte, todo en uno. Los que venían detrás también se
llevaron lo suyo. No hubo otras consecuencias.
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