Un lenguaje precisa de unos labios
para sentirse inspirado, el abecedario requiere de un alma
para dar sentido al camino que nos marca la vida, el
amanecer busca un hálito creador en la brisa, el ser humano
escudriña en el libre pensamiento. Todos necesitamos del
poeta que llevamos dentro, ir al encuentro de algo y de
alguien, dejarnos sorprender ante la creación y ante el
rostro del creador, ahondar en la sabiduría de nuestros
propios procesos biológicos, en lo que somos y cómo
evolucionamos. El universo, el planeta, el mundo y el
hombre, no es fruto del absurdo ni de la casualidad. A poco
que observemos y visionemos los alrededores de la vida, nos
topamos con una inenarrable belleza que nos trasciende. Tras
el espíritu creador se enciende una existencia cuajada de
misterios que impulsan nuestra capacidad creativa. Detrás de
una obra de arte, por ejemplo, siempre hay una especie de
iluminación interior, de genialidad artística, de conjugar
lo bello con las energías de la mente y el corazón.
Reflexionar sobre todo esto que nos circunda, entusiasmarse
y dejarse entusiasmar por la expresión de la vida, es una
invitación al recogimiento del que nadie queda indiferente,
porque el simple hecho de vivir y dejarse interpelar por la
vida, nos hace personas con un talante meditativo.
Para esa autoclase sobre el hálito creador, visitar en
Madrid el Museo Nacional de Ciencias naturales, la mayor
exposición del “Año Darwin” en España que acaba de
inaugurarse, puede ser un buen momento para profundizar en
sus apartados temáticos: El contexto científico antes del
siglo XVIII. Los precursores de Darwin. Historia y biografía
de Darwin. La genética y el darwinismo en España. A nivel
sencillamente fenomenológico sabemos que el hombre es el
único que puede interactuar con su hábitat, cambiando el
medio ambiente, según sus deseos y aspiraciones.
Precisamente, a esas ambiciones evolucionistas hay también
que ponerles estética y ética, belleza y bien común. Tampoco
vayamos a pensar que lo resuelve todo la ciencia y la
tecnología. Nuestras necesidades existenciales van más allá
de las meras exploraciones científicas. Junto a la propia
evolución germina ese otro esqueje humano, el de la libertad
que todo ser humano ha de poseer para hacer su propio
discernimiento. La creación de un mundo del que formamos
parte es una verdad comprensible para la razón, en especial
para la filosofía, pero también es una verdad que se nos
descubre por si misma.
Se dijo que el objetivo principal de la citada exposición,
es mostrar de una forma actualizada las bases y los
principios científicos de la Teoría de la Evolución. En este
sentido, Martínez Alonso, Secretario de Estado de
Investigación, ha afirmado en su discurso que la
trascendencia de Darwin radica en que “fue capaz de
evidenciar que la especie humana evoluciona a partir de las
oportunidades que ofrece el entorno, demostrando que la
adaptación y el progreso son posibles”. Quizás convendría,
al tiempo de profundizar en la teoría científica del
darwinismo, preguntarse sobre el sentido último de la vida,
sobre este pedazo de ser con fuerza creadora que es el
hombre. La escucha y la contemplación son acertadas
herramientas para percibir los latidos armónicos que
despuntan por doquier lugar. Desde luego, para que la
ciencia sea verdadera ciencia siempre debe estar abierta a
preguntas más allá de ella misma. La ciencia siempre es lo
penúltimo, solían afirmar Laín Entralgo o el propio Ortega y
Gasset. Pero, de igual modo, la teología también tiene que
tener presente los datos de las ciencias. Al fin y al cabo,
todo es un complemento de todo.
No tiene sentido, pues, negar ese espíritu creador y
creativo en un mundo que corre el riesgo de llegar a
prescindir de sus raíces más innatas, el derecho natural,
los valores que la naturaleza imprime en las personas.
Cuando una sociedad se encamina hacia la negación del hálito
creador y no valora la vida humanizándola, acaba por no
encontrar la motivación y la energía necesaria para seguir
caminando. Si se pierde la respiración por el buen gusto,
por el buen hacer, difícilmente podremos cosechar sosiegos y
aspirar la poesía que se enciende por los espacios del
tiempo. En cualquier caso, el hálito creador es un horizonte
de luz al que todos podemos suscribirnos. Charles Darwin
formuló su teoría de la selección natural. A la hora de
formular semejantes valoraciones, el factor subjetivo de los
sentimientos juega un papel importante. Cuidado con los
hombres del lenguaje perverso. El daño puede ser grande.
Prefiero aquellos que eligen la hermosa claridad para el
camino, que parten y comparten el verso interminable de la
vida, que hacen ciencia sin bautizarse de dioses, y que nos
ofrecen a todos la experiencia del asombro que han vivido.
Los descubrimientos científicos de Darwin aún siguen siendo
los cimientos de la biología en un mundo globalizado, donde
la diversidad de la vida despunta como una corriente de aire
que nos envuelve a todos. En consecuencia, la ciencia hay
que ponerla al servicio del hombre, el arte al servicio del
hombre, los poderes al servicio del hombre… ¡Todo al
servicio del hombre! Cuando algo deja de estar al servicio
del ser humano cualquier catástrofe es posible. Además, no
todo lo que es científicamente y técnicamente posible tiene
porque ser lícito. La única licitud clara es la del sol, que
para todos nace y para todos se esconde. No es de nadie y es
el ángel de la vida del mundo. Tal vez, por ello, a la luz
de la luz siempre brota una hoguera de amor, que es como
estar en la terraza del cielo.
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