Hacía una noche deliciosa en El
Parque Marítimo del Mediterráneo. Una joya de parque cuyo
fin principal no debería ser cumplir cometido de piscina
grande de barrio o de cine de verano. La gente acudió con
prisas a participar en el 60 aniversario de ‘Chocrón
Joyeros’. La fiesta, celebrada el jueves pasado, fue un
éxito.
Abarrote de gente, como digo, en un escenario ideal,
incluyendo a la claque, ese conjunto de personas que van a
estos actos para lucir su palmito de famosos. Y que cumplen
su objetivo la mar de bien. Había corrillos por todos los
sitios. Y a mí me encanta frecuentarlos.
Porque las fiestas están hechas para que, al menos durante
unas horas, podamos mostrar nuestras simpatías sin forzar la
máquina. Todos tenemos necesidad de hablar. De participar en
ese juego social donde se suceden los apretones de manos,
los abrazos, los besos... Y estando de por medio la copa de
vino español, seguro que el bla-bla-bla está asegurado. Y,
desde luego, las palabras sentidas.
Surgen también los cotilleos y salen a relucir las intrigas
de la ciudad y los dimes y diretes. Así como las mujeres
muestran sus ganas de vivir. Sobre todo cuando se está en un
sitio como el logrado por César Manrique. Quien, de
estar vivo, no me cabe la menor duda de que vendría a
decirnos que su obra estaba pidiendo a gritos mayores
empresas. Miren por dónde las personas imaginativas tienen
la posibilidad de demostrarlo.
A mí, como he dicho antes y otras muchas veces, me chifla
intervenir en las tertulias y corros improvisados. Ya que
están hechos a la medida para que se entremezclen el humor y
la ingenuidad, también el desparpajo. Pues lo bueno de estas
reuniones, nacidas espontáneamente para comentar, es que lo
relevante consiste en transgredir civilizadamente algunas
normas, como mínimo verbales. Lo cual es propiciado por el
ambiente festivo y por el hartazgo que todos tenemos de
querer aparentar lo que no somos. O algo por el estilo.
El jueves pasado, en El Parque Marítimo del Mediterráneo,
donde se dieron todas las circunstancias deseables para que
la noche fuera de muchas estrellas, tuve la oportunidad de
intercambiar impresiones con quienes nunca antes me había
sido posible cruzar palabra alguna. Y, como no, de ensanchar
aún más mis relaciones con otras personas a las que suelo
frecuentar. Anduve a gusto entre matrimonios con los que me
encanta pegar la hebra. Así pues, en cuanto se me presenta
la ocasión, la aprovecho. Sin el menor temor a pecar de
barroquismo.
La ocasión fue que ni pintiparada para observar, una vez
más, lo apasionado que es Pedro Gordillo. Apasionado
y feliz, en una noche donde se le veía departir con alegría.
Viviendo intensamente la fiesta dada por la familia Chocrón.
Gordillo, después de su arrechucho, comprendió que su
personalidad es innegociable, pero a su vez se dio cuenta de
que le hacía falta revisar sus formas. Y a fe que se le
nota. Y le irá mejor. Ya le va mejor. Tampoco Juan Vivas
se debe quejar. Porque su crédito sigue siendo enorme.
Con el Delegado del Gobierno, cuando la fiesta declinaba,
tuve la oportunidad de charlar un rato. Y me sigue
pareciendo, con perdón, un tío cojonudo. Un señor que se
llama José Fernández Chacón y que lleva su sencillez
con una soltura que debería registrarse.
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