Con el final del curso 2008-09, el
Ministerio de Educación ha propuesto a las Comunidades
Autónomas que se planteen la prolongación del número de
horas de la jornada escolar, con la pretensión de mejorar el
rendimiento de los alumnos. Pero, conviene tener en cuenta,
según el propio Ministerio, que no hay estudio que demuestre
que alargar la jornada y partirla contribuya a mejorar los
resultados. Si este aumento se llevara a cabo, ¿cuál sería
la actitud de los maestros? Porque, a todas luces, les
resultaría un inconveniente, ya que la jornada actual,
continua, les supone un horario muy desahogado. ¿En cuántas
horas se alargaría la jornada? Se sobreentiende que, al
menos, sería de una hora. Si fuese así, ¿cuál sería la
postura de los Sindicatos? Porque, obviamente, lo primero
que se plantearían es la compensación económica por esa
hipotética hora de más.
Haciendo un poco de historia, nos trasladamos a los años 60,
donde la situación era la siguiente: una jornada partida de
tres horas por la mañana (de 9 a 12), y dos horas por la
tarde (de 3 a 5). Las materias instrumentales se impartían
por la mañana, y el resto, por la tarde. Además, para
aquellos que necesitaban recuperaciones, existían las
llamadas permanencias, de una hora de duración, después de
la jornada escolar. Actividad que tenía carácter oficial, ya
que los alumnos con escaso poder adquisitivo se podían
beneficiar de una beca. Las clases de permanencia estaban
abiertas para todo el alumnado, que abonaba la cantidad de
50 Ptas., lo mismo que los becarios. Así que la jornada se
podría convertir de 6 horas.
El sábado era lectivo. Su asistencia, pues, obligatoria para
alumnos y maestros. La jornada era de 9 a 12 y, en su
totalidad, se dedicaba a actividades religiosas: catecismo,
comentarios de los Santos Evangelios… culminando con la
asistencia a la Santa Misa, en la Parroquia adscrita al
Colegio, y especialmente para aquellos alumnos que ya habían
recibido la Primera Comunión, por lo tanto, para los de
cursos superiores. También con algunos alumnos se realizaban
actividades competitivas de fútbol, balonmano, baloncesto…
Ya con la llegada de la defenestrada EGB, los sábados sólo
son útiles para los maestros, ya que por equipos o grupos de
trabajo, la jornada se dedicaba exclusivamente a programar.
Los recortes continúan, y ya, por fin, los maestros, al
igual que los alumnos, pasan a una jornada semanal de cinco
días. Todavía con jornada partida.
Pero poco duraría la “alegría en la casa del pobre”, porque
el Ministerio, a través de sus mentes preclaras, se inventa
la llamada “exclusiva” (la sexta hora): una hora más para
realizar actividades de recuperación, de formación de los
maestros, de atención a los padres… Eso sí, en principio,
realizada de forma muy flexible y además, remunerada.
Desde aquí, todavía con jornada partida, se pasa a la
jornada continuada, de 9 a 2, por lo cual la llamada “sexta
hora” se realiza en cada centro con criterios diferentes,
pero siempre cumpliendo con los objetivos señalados.
Para solicitar la jornada continuada, cada centro tuvo que
elaborar un proyecto que justificara su establecimiento. En
principio se contemplaba que parte de ese horario se
dedicara a actividades extraescolares, lo cual implicaba
que, de forma flexible, los alumnos asistieran por la tarde
a realizar prácticas deportivas… Se reserva una hora para la
atención a las visitas de padres.
La medida de prolongar la jornada escolar no creo que
beneficie a algún sector comprometido. Es posible que
algunos padres la desearían, pero no por la mejora del
rendimiento, sino por aquello de tener a sus hijos más
controlados. Las causas del fracaso escolar no están,
precisamente, en tener a los alumnos o no más tiempo en la
escuela. Ya, en varias ocasiones, han sido expuestas por el
que firma este documento de opinión. Sin ir más lejos, mi
“Decálogo” de reciente publicación, donde no se encuentra,
exactamente, la jornada prolongada.
Por otro lado, dar a conocer y comentar lo expuesto por un
padre en “Cartas al Director” de un diario de gran tirada de
Madrid: “Muestro mi descontento porque los alumnos
suspendidos en Junio y, para evitar ciertos desvaríos, el
sistema educativo permite al profesor ocultar los exámenes a
los padres. De este modo, queda a voluntad de los buenos
magistrales, compartir con los padres el resultado de los
exámenes. En algunos casos, la participación real de los
padres en el sistema educativo a la hora de la verdad, se
reduce al préstamo: dejamos a los hijos, menores de edad, en
manos de unos bondadosos profesores que, salvo pegar –última
rémora del pasado-, pueden disponer a voluntad y sin
apelación cierta, del éxito o fracaso de nuestros hijos…”.
El texto insertado, incompleto, pero suficiente para
realizar el consiguiente comentario, me traslada a una
situación que no conocía… ¿Cómo es posible que un padre no
pueda acceder a los exámenes realizados por sus hijos? ¡Y,
además, afirma que lo permite nuestro sistema educativo! No
sé si el centro es público, privado o concertado. Pueden ser
decisiones de los centros, pero reman en dirección contraria
a la línea actual. Precisamente, lo que se pretende es
conseguir la mayor implicación de la familia en el proceso
educativo. Una forma más, en efecto, para evitar el fracaso
escolar.
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