La ciudad hermana de Melilla
acogerá hoy la XI Conferencia Sectorial de Cultura. En mayo,
cuando inició su voluntad de desplazar allí la reunión, la
ministra del ramo, Ángeles González Sinde, presentó la
propuesta como “una clara y decidida apuesta para situar a
Melilla en el primer plano del panorama cultural español,
como se merece una población que reúne un rico patrimonio
histórico-cultural, tanto en el aspecto tangible como
inmaterial”. No es la primera vez que las dos ciudades
autónomas, tan acostumbradas a ir de la mano y por igual a
casi todas partes, ven cómo sus trajes se cortan con
distintas tijeras a escala política nacional. En junio
pasado, el debate en el Parlamento de una Proposición No de
Ley de IU instando al Gobierno central a promover a Melilla
como “punto de encuentro para establecer un verdadero
diálogo, efectivo e interactivo, entre las culturas,
civilizaciones y pueblos de la zona del Mediterráneo” y como
escenario idóneo “para la celebración de foros de debate o
seminarios en el ámbito de la cooperación de la UE,
referidos a las estrategias de cooperación al desarrollo,
gobernabilidad, derechos humanos y seguridad, en la región
del África subsahariana” sirvió para escenificar la óptica
que, desde la península, parece empezar a establecer una
diferencia entre las dos ciudades. “Es verdad que las dos
ciudades se encuentran en territorio africano, es verdad que
están más allá del Estrecho y eso las une, pero también es
verdad”, distinguió la socialista catalana Meritxell Batet,
“que Melilla tiene una lejanía mucho mayor, tiene unos
problemas de comunicación mucho más importantes y además
tiene una aduana, cosa que hace que tenga unas
características particulares; de ahí la intencionalidad
política, nuestra apuesta política”. Llamazares fue más
claro al justificar por qué no aceptó, como pedía el PP,
meter a Ceuta en la misma propuesta: “Nadie me lo ha
pedido”, vino a decir. Si todos los partidos no se
espabilan, y ahí la izquierda tiene más deberes pendientes,
Ceuta corre el riesgo de quedarse in albis, dejando pasar
trenes que Melilla sí parece saber tomar.
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