En diciembre del año pasado Gabriel Alejandro Torres,
puertorriqueño afincado en Estados Unidos casi desde que le
salieron los dientes, defendió con éxito en la Universidad
de Nuevo México una tesis titulada ‘De la persuasión
musulmana: la política de la convivencia en Ceuta’, el
resultado de años “enganchado a la ciudad autónoma”, que
ahora aspira a publicar en inglés y castellano.
Cuando salió de la Universidad de Maryland, donde hizo el
primer grado de Antropología, carrera que competó en la de
Nuevo México, Torres no consideraba Ceuta como un lugar de
estudio. “Quería abordar la emigración marroquí a España,
los que vienen a trabajar en la agricultura y despues
regresan e incluso hice un primer viaje para ver cómo podía
funcionar ese proyecto”, explica, “pero un profesor, Les
Field, me habló de unos territorios españoles que había
conocido en sus años de hippie: ‘Mira a ver qué hay y qué te
parece’, me dijo”.
Y se animó. Llegó a Ceuta en enero de 2003 e hizo parada en
la librería África Tótem y se compró tres o cuatro libros,
los que encontró, de política local. “Me pareció
fascinante”, recuerda con una sonrisa que demuestra su
“pasión” por “la política, la filosofía política, el
multiculturalismo y la democracia liberal”.
“Ceuta y Melilla son lugares únicos dentro del espacio
euroamericano en términos de democracia liberal y
multiculturalismo”, dice el doctor. ¿Por qué? “Porque las
minorías, los proyectos políticos minoritarios para mejorar
sus condiciones, no están fuera del ámbito político
institucional, sino dentro, y desde hace tiempo, desde 1995,
cuando llegó Mizzian. Eso es único”, resalta.
2003 fue un año especial para la política local, el bautismo
electoral de UDCE. “Descubrí al partido de Mohamed Ali a
través de un artículo del diario Sur que los presentaba como
una formación abierta a todo el mundo”, rememora. Y su
visión de la tesis que tenía por delante cambió: “Mi
planteamiento, coherente como antropólogo, era un 80% del
trabajo sobre la calle y un 20% sobre la política, pasó a
ser un 50%-50%”, indica.
A Torres, además, le sonrió la fortuna en forma de
contactos. “Para hacer etnografía de un Parlamento”,
reconoce, “hay que tener suerte y poder entrar. Yo la tuve y
logré entrevistar a mucha gente, a muchos políticos, a
muchos ciudadanos”. A cientos gracias a la beca que la
National Science Foundation, una agencia del gobierno
estadounidense, le concedió para investigar esta ciudad
“desde el punto de vista de la antropología cultural”.
“En esta disciplina se está con un pie en las Humanidades y
con otro en las Ciencias Sociales, por lo que no se pueden
formular tesis como en el laboratorio”, advierte Torres al
entrar en materia sobre su tesis, 330 páginas preñadas de
datos. “No somos psicólogos, no examinamos a las personas,
sino que se trata de establecer los porqués de ciertas
relaciones y fenómenos sociales que, a largo plazo, permiten
descubrir cierta lógica local, un sentido común, que no es
común a todo el mundo”, ironiza. Lo que él se empeñó en ver
fue “si una ideología de la convivencia en Ceuta afectaba a
la política local, cómo y por qué”.
Lo hizo claro, no como un físico ni como un matemático, sino
tomando cafés y tecitos (“a menos que uno tenga una
formación en la disciplina se hace muy difícil entender que
lo que yo hago es trabajo”, bromea) durante 10 meses, desde
el verano de 2004 hasta la primavera de 2005.
Saltemos al final para volver al principio: “Mi conclusión
es que en esta ciudad hay una diferencia entre dos
comunidades, la musulmana y la crisitana, términos que
mantengo para entendernos porque todos sabemos que no son
homogéneas”, inicia. “Los antropólogos entendemos como
cultura un concepto que va abstrayendo ciertas tendencias de
una población y yo lo que argumento es que el cuerpo de
conocimiento de ambas colectividades difieren un poco por la
historia y la actualidad de Ceuta”.
Dos formas de ver el mundo
Eso significa que, a su juicio, existe una “diferencia
cultural” entre los musulmanes y los cristianos ceutíes que,
“aunque compartan muchas cosas, como dónde se come buen
pescadito o buen té, se distinguen en lo que al sentido de
comunidad, a su forma de pensar y de ver el mundo, se
refiere”.
“La de la comunidad cristiana”, prolonga sus postulados, “se
extiende a la península con un interés nacionalista por
razones históricas obvias, mientras que la de la musulmana
es muy local”. Según Torres “la españolidad de los
cristianos, cuando se les plantea, es muy de ámbito nacional
e incluye la península de una forma muy fuerte. La
españolidad de un musulmán es muy local, muy centrada en
Ceuta, algo que tiene mucho que ver con sus experiencias,
porque nace de muchos años atrás, aunque la inmensa mayoría
de los inmigrantes recientes de Marruecos también la han
adoptado”.
Ese sentimiento se alarga “con varios asteriscos” como el de
la barriada del Príncipe Alfonso, un espacio que considera
“muy interesante” porque, aunque se quedó “fuera” de su
estudio “allí seguramente nos encontraríamos un sentido de
comunidad distinto al de las dos grandes comunidades que
probablemente se prolonga al otro lado de la frontera de una
forma diferente al resto de los musulmanes ceutíes”.
¿Nacionalismo musulmán ceutí?
¿Son, entonces, los musulmanes de Ceuta, abanderados de una
especie de nacionalismo caballa localista? “Un musulmán al
que entrevisté, hablando de la historia, de los
salvoconductos y de la Tarjeta de Identificación Estadística
(TIE), me dijo que en los años setenta que si le hubieran
preguntado entonces qué era él, hubiera dicho ‘soy de
Ceuta”. “Eso es algo muy único”, vuelve Torres sobre la
singularidad de esta ciudad, “porque no necesariamente
incluye el nacionalismo español de los cristianos, tal vez
por razones obvias ligadas a su vinculación tradicional al
catolicismo”.
Así las cosas, desde esta perspectiva, los musulmanes de
Ceuta se encuentran con que no son, o no se sienten, ni de
allí ni de allá. “Queda claro que sí”, ratifica: “El grupo
de musulmanes que han nacido aquí, y sus padres también, no
son ni de aquí ni de allí, pero el rechazo o la incomodidad
en Marruecos es más fácil de eludir volviendo a Ceuta; si
ocurre en su ciudad no tienen sitio adonde ir”.
“Esa diferencia del sentido de comunidad es la que para mí
explica el nacimiento del PDSC o de UDCE y lo ambiguos que a
veces parecen esos partidos”, amplía con matices entre una y
otra formación: “Mizzian no se sabe si es de izquierdas o de
derechas, pero Mohamed Ali tiene una ideología un poquito
más afinada. El suyo es un partido que atiende las
necesidades de la comunidad musulmana y estratégicamente va
incluyendo a toda Ceuta”.
Estrategia o interés, pero no mayor que el del resto de
partidos. “Desde mi punto de vista es simplista e incluso
irrespetuoso llamar a UDCE partido ‘de corte musulmán’ [“es
una estrategia retórica para atraer al lector y criticar,
una forma de estigmatizar”, denuncia] o decir que no se fija
en los ceutíes que no son de confesión musulmana más que por
interés”, destaca: “Todos los partidos atienden a las dos
comunidades por interés, no se puede señalar a lo que la
gente llama ‘de corte musulmán’, un término cuyo uso también
es digno de análisis porque no se reproduce con los de
‘corte cristiano’”.
¿Por qué? Gabriel Torres tiene una respuesta obvia: “Porque
la mayoría no tiene etnia, no tiene raza, pero es la que
establece cómo describir a la minoría”.
UDCE y su incierto futuro
La evolución de UDCE como partido, especialmente en lo que a
su participación institucional se refiere, acapara buena
parte de la tesis doctoral: “Cuando entra en la Asamblea
hace un esfuerzo muy fuerte para atender a todos y evitar
ese epíteto, pero no funciona. Al principio casi el 80% de
sus intervenciones aludían a todos los ceutíes, pero ese
porcentaje fue bajando hasta acabar repitiéndose de forma
sistemática sobre los mismos temas, casi siempre vinculados
a la comunidad musulmana y a sus necesidades e intereses”.
El antropólogo, que no es más de hablarque de dictar
sentencias, dice no tener muy claro por qué ocurre (“la
intención política es muy difícil de diseccionar”, avisa),
pero tiene su teoría: “Yo creo que lo que pasó fue que el
número de intervenciones en la Asamblea que aludían a todos
los ceutíes bajó precisamente por la resistencia histórica
de los partidos políticos mayoritarios a a formaciones
políticas como UDCE o el PDSC, que desde 1995 vio cómo se le
criticaba porque ‘sólo atiende a los musulmanes”.
“Esa es una crítica política que persiste”, constata antes
de poner ante el espejo a la sociedad: “Los políticos y la
mayoría de la comunidad cristiana piensan que la suya es una
política étnica que no se debe hacer aunque Mohamed Ali ha
dicho en múltiples oportunidades que lo que es bueno para la
población más marginada es bueno para toda Ceuta”. “A pesar
de ello”, parece lamentar, “tanto los partidos nacionales de
izquierda como de derecha no parecen de acuerdo del todo”.
“UDCE”, continúa con su análisis sobre el primer partido de
la oposición en la Asamblea ceutí, “presenta una anormalidad
en la democracia liberal, que se centra en el individuo”.
Para justificar su apreciación alude al nacimiento de la
formación como colectivo: “Hay que entender que UDCE no nace
de forma accidental en Ceuta, sino de manera socialmente
natural: no se unieron para hacer una ‘política musulmana’,
sino que la experiencia local unió a un grupo de musulmanes
ceutíes que salieron a estudiar a Granada y allí forjaron
este proyecto”.
Para Torres distinguir lo que ocurre en el ámbito social de
lo que sucede en el político es inviable: “Hay que tener una
cosa muy clara, y lo digo como una crítica
científico-social: la idea de que el multiculturalismo
existe en EEUU es una cosa tonta, sin validez teórica. El
multiculturalismo y el interculturalismo son términos que
existen en un contexto, no tienen valor teórico. En EEUU las
divisiones raciales, étnicas y lingüísticas existían antes
de cualquier política que reivindicara los derechos de las
minorías. Igual en Ceuta, estos partidos existen pero no
dividen la ciudad. La ciudad está dividida ya, la división
política surge de la sociedad. Si uno critica lo político
hay que criticar también el día a día”, reivindica.
A continuación, resume: “La cultura popular en Occidente da
mucho peso a la política como un ámbito aparte de la vida
ordinaria, pero yo no lo veo así: la política, la economía y
la estructura social están vinculadas; no se puede estar en
la Asamblea sin un cuerpo de conocimiento social previo”.
Única es Ceuta y UDCE también, por su supervivencia. “En
EEUU históricamente el movimiento de derechos civiles se
incorporó al partido demócrata y no hay un partido que se
dedique casi exclusivamente a ello”, dice antes de reconocer
que “lo más interesante” que le queda es “por qué” el PSOE
no ha sido capaz de aglutinar ese magma social que mantiene
a UDCE, partido al que tampoco augura mucho futuro.
“Volvemos”, interpreta, “a la historia de la formación del
pensamiento político local: la ideología de izquierda
española tradicional afecta mucho a Ceuta. A un socialista
local le mueven las injusticias de clase, la Guerra Civil...
Un musulmán no va a hablar de eso, sino de cosas de Ceuta.
La comunidad cristiana tiene un estandard de lo que es ser
español y los musulmanes todavía no llegan. Eso queda claro
desde una perspectiva amplia”, asegura antes de pronosticar
la defunción de su objeto de estudio: “UDCE, y sus líderes
lo saben, tendrá que unirse a un partido de izquierda o
derecha, pero no se sabe qué ocurrirá entonces; eso es lo
bueno del ser humano, que nos sorprende, que somos erráticos
y brillantes. ¿Podría haber conflictos étnicos? Sí. ¿Podría
haber una convivencia muy bonita? También. Eso sólo pueden
decidirlo los ceutíes”, remacha.
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