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OPINIÓN - SÁBADO, 4 DE JULIO DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

Carlos García Bernardo


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Mira, Carlos, hoy me vas a permitir que haga una demostración de mi memoria, aunque me exponga a que me digan que la memoria es la inteligencia de los tontos. Pero es para recordarte que nos conocimos un agosto de 1982.

Ibas tú, Carlos, acompañado por Pedro Moreno. Quien nos presentó en el Puerto Bahía. Un hotel de El Puerto de Santa María donde estaba alojada la expedición de la Agrupación Deportiva Ceuta. Que pocas horas después abriría el torneo veraniego en el José del Cuvillo.

Me hablaste de fútbol con pasión. Te reconociste seguidor empedernido del equipo de tu pueblo. Y cantabas las excelencias del Barcelona, porque además jugaba en ese equipo Miguel Bernardo Bianchetti, Migueli’. Perteneciente a tu familia. A partir de ese momento, Carlos, la amistad surgió entre nosotros. Amistad que ha perdurado en el tiempo y que se hizo más recia en los últimos años. Donde raro era el día en el cual no echáramos nuestra parrafada en cuanto nos veíamos por la calle.

Mira, Carlos, en El Puerto de Santa María nos vimos por primera vez y en ese mismo pueblo disfrutamos de una Feria de Primavera y del Vino Fino, cuanto tú estabas todavía con ganas de beberte la vida a chorros. Cuando toda tu ilusión consistía en ser cada día mejor viceconsejero de Festejos. Porque andabas sobrado en las cosas fundamentales.

De esa Feria, donde la alegría contagiosa de sus gentes nos hizo vibrar, tengo en mi casa, en la salita donde escribo, un cuadro que te había regalado la concejalía de Turismo de mi pueblo y que tú me ofreciste, meses después. Meses en los que la enfermedad, mensajera de la muerte, ya se había cebado contigo. También lucen en los anaqueles de mi escritorio los dos libros que me regalaste.

Mira, Carlos, en los últimos tiempos yo te miraba sin querer mirarte. Con el único fin de que tú no descubrieras en mí la tristeza interior que en un momento determinado podía aflorar al verte luchando denodadamente contra lo que decían que era una lucha estéril.

Pero yo, amigo, me aferraba a la idea de que se podía producir el milagro. El milagro de una recuperación que te pusiera nuevamente en disposición de tenerte entre nosotros y disfrutar de ese proceder tuyo que jamás causaba el menor inconveniente entre quienes te frecuentábamos.

Mira Carlos, no creas que vas a conseguir que me ponga ahora a regalarte ditirambos porque te has anticipado a acudir a esa cita a la que todos estamos destinados a presentarnos. Quítate de la cabeza que me ponga a escribir, en estas circunstancias, que has sido una persona excelente y el mejor marido del mundo. Ya que a mí sólo se me ocurre, amigo, con algunas lágrimas golpeando las teclas del ordenador, decirte que eras un tío cojonudo. Un tío de verdad.

Mira, Carlos, de lo tuyo me he enterado durante la mañana de un viernes caluroso, porque me lo comunicó Ángel Muñoz. Y allá que salí corriendo hacia donde tú estabas. Y lo primero que hice es abrazar a tu hermano. Y tuve que hacerme el fuerte para... no ponerme a moquear. Lo demás, amigo, y dado que tú has sido testigo de muchas situaciones como la tuya, consistió en lo de siempre: hablar y hablar con otras personas para sobrellevar tu pérdida.
 

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