Los romanos tardaron mucho tiempo
en aceptar la ociosidad bien administrada. Cicerón,
por ejemplo, en cuanto dejaba la espada colgada en la salita
de estar de su casa, corría como un desesperado a coger los
aperos de labranza para ponerse a trabajar a destajo.
Los romanos miraban a los griegos con desprecio y recelo.
Debido, precisamente, a que éstos gustaban de hacer muy buen
uso del tiempo libre. Mas, sin prisas pero sin pausas, los
primeros fueron asumiendo que lo que ellos consideraban
mariconadas griegas, sentaban muy bien al cuerpo y al
espíritu.
Y así llegó un día en el cual griegos y romanos sentaron las
bases de la buena vida y del divertimiento. Entendieron a la
perfección que en todo trabajo debía haber tiempo para
fumar. Y a partir de ahí no dejaron nunca más de aprovechar
los tiempos muertos para dedicarse sólo y exclusivamente a
darle a sus cuerpos toda clase de gustos.
En Ceuta, por su situación geográfica, sus habitantes
carecen de posibilidades de coger el coche y desplazarse a
los pueblos más próximos para ir dándole caprichos variados
a las horas ociosas. La insularidad cuenta con sus ventajas,
pero también exige imaginación a los isleños. A fin de que
éstos no terminen por padecer de abrideros de boca
continuos.
En esta tierra, se necesitan empresarios con imaginación
suficiente para que nos distraigan con sus mariconadas
(entiéndase con entretenimientos saludables), de modo que el
aburrimiento no cunda entre nosotros de manera generalizada.
Puesto que un pueblo aburrido acaba siempre pensando de la
misma manera que lo hace Aróstegui. ¡Uf! A quien
podríamos agradecerle su empalagoso tedio, si acaso en sus
ratos libres hubiera tenido una idea válida y exportable.
Una idea buena es la que he leído en el periódico de hoy
–jueves, que es cuando escribo-. Algunos empresarios han
decidido que nos vendría muy bien celebrar la Feria del
Tapeo. La idea no es original. Si bien conviene, cuanto
antes, agradecerles que quieran hacernos pasar unos días
agradables, en recintos tan estupendos como pueden ser Las
Murallas Reales o el Parque Deportivo Juan Carlos I.
No estaría, pues, nada mal, ni mucho menos, contar con
treinta casetas –lo de stand me parece una cursilada-
repletas de aperitivos y compitiendo unas con otras. En una
feria así, seguro que se daría cita mucha gente. Y el éxito
estaría asegurado. El éxito de crítica y público.
Aunque mucho me temo que, dado que la idea no ha salido del
caletre de quien aquí maneja todos los hilos de
interservicios y cosas de esas tan raras y tan llenas de
entresijos, el asunto sea considerado una tontería de tres
al cuarto y pase a ocupar las estanterías de las
celebraciones tenidas por paletas e improcedentes.
Pero no, en esta ocasión me he equivocado. Y bien que me
alegro. Pues antes de entregar la columna me han dicho que
quienes mandan en estas cosas han sido benevolentes.
¡Albricias, pues!
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