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OPINIÓN - JUEVES, 2 DE JULIO DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

Los tontos sobran
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Un hombre callado sigue siendo un mono ingenioso e industrioso. El mono también tiene silencios pensativos y ocurrentes. Sólo el habla, que es exterioridad, nos salva de ese viaje hacia atrás, antropológico, que se produce en silencio y en el silencio. No sé a quién estoy parafraseando. Aunque el párrafo hace ya mucho tiempo que me lo aprendí de memoria. El que se me haya olvidado el nombre de su autor, importa bien poco.

Para quien escribe diariamente, es decir, para el esclavo de la columna, guardar silencio en ocasiones es tarea que le hace sentirse mal. Al menos, a mí me sucede. No me extraña que insignes escritores, en cualquier época, hayan desechado enfrentarse al artículo de cada día por la tiranía de un horario de entrega y por el miedo, sobre todo, a tener que escribir con tientos suficientes como para no ser censurados.

Los políticos que se toman a mal las críticas, seguramente tienen algo que ocultar. Y, desde luego, quedan retratados de mala manera ante los ojos de quienes solemos enterarnos de que usan todas las artimañas, habidas y por haber, para que su figura, caso de salir en los periódicos, sea, sólo y exclusivamente, para celebrar que son unos estupendos y eficaces gestores y que viven entregados a su tarea -sacrificándose hasta extremos insospechados-, debido a que aman a los prójimos, como a ellos mismos.

Mas en cuanto el guión no camina por la senda que ellos se han trazado, los hay que ponen el grito en el cielo y lo inmediato es tachar al columnista de formar parte de una facción del gobierno a que pertenecen, porque ésta la tiene tomada con ellos. Es decir, que actúan peor que los tontos más celebrados; esos tontos que destacan por serlo con balcón a la calle (Antonio Burgos, dixit).

Esos tontos, cuyos nombres omitiré para que no se les alteren los pulsos y comiencen a meter la pata. Y, por encima de todo, para evitar que los pobres sufran merma en su capacidad de rendimiento y tarden, nada y menos, en echarme las culpas de su mal estado anímico. Un estado psíquico, tan desosegado, que les deja abismado al abandono. Sin tan siquiera ganas de mirarse en el espejo. Con lo coqueto que son algunos. Eso sí: lo que no pierden son las ganas de que llegue el fin de semana para salir pitando hacia el sitio de recreo donde disfrutan por todo lo alto del bienestar social que han conseguido como políticos profesionales. Aunque sin cumplir, muchos de ellos, con lo que abarca la palabra profesional: personas que cobran para tener un perfecto conocimiento del oficio que desempeñan.

Conocimiento perfecto del oficio desempeñado es lo que cabría exigirles a todos los políticos que nos gobiernan. Y es que ser y comportarse como hombre público no está al alcance de cualquiera. Por más que lleve pegado en la frente un título de abogado, de economista o que haya viajado en globo. Sí, ya sé que ustedes, queridos lectores, están acostumbrados a que en esta columna se personalice y se destaquen con negritas tales personalizaciones. Pero hoy, por motivos obvios, debo prescindir de ese adorno. Pues lo que trato es de decirles a los gobernantes del PP, que bien ésta que yo reconozca que todavía no tienen rivales que nos garanticen que lo harían mejor que ellos. Pero que los tontos sobran.
 

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