Lo fácil que es pedir, de palabra
que no de hechos, solidaridad con los migrantes y lo
complejo que resulta, sin embargo, la integración en un
mundo global. ¿Qué está fallando, pues? Casi siempre faltan
esas condiciones favorables básicas, de protección
auténtica, de apoyo incondicional y de compromiso real, que
supondría alcanzado este aval defensor, la superación de las
numerosas formas de marginación. Se dice, se comenta en
todos los foros, se pregona a todos los aires, que es
preciso y justo tomar conciencia de la necesidad de
armonizar las políticas económicas con las sociales. Hablar
por hablar. Se siguen buscando resultados exclusivamente
económicos y las políticas sociales se quedan en migajas o
no pasan de ser un guión novelístico, totalmente irrealista
e insostenible. He aquí una realidad bastante común, que ha
saltado recientemente a la prensa. Hace unos días, Cáritas
española destapaba la hambruna en un campamento de
inmigrantes en la zona de Huelva. La asociación humanitaria
tuvo que atender a un grupo de 24 malíes que llevaba varios
días sin alimentarse. El colectivo estaba tirado en
colchones y con calambres. Podríamos seguir ofreciendo más
penurias.
Carencias que viven algunas personas mientras otras
despilfarran y derrochan, inclusive las instituciones. Creo
que se han licuado los valores éticos y la corrupción es un
mar bravío que nos degenera. Todavía el derecho de todo ser
humano a una integración en el mundo del trabajo, en
condiciones de igualdad, brilla por su ausencia. Los trepas,
legión en las sociedades opulentas, no conocen otra música
que ¡triunfar, triunfar, triunfar, caiga quien caiga! Les
importa un pimiento la soledad de los inmigrantes que no
tienen nada ni a nadie.
Va siendo hora de que todos los gobiernos del mundo
propicien políticas migratorias reales que fomenten la
unidad familiar mediante su reagrupación e intensifiquen en
común la lucha contra el negocio de la inmigración
irregular, pero no contra la inmigrante en si, que también
es un víctima de esas mafias que les utilizan. Por supuesto,
las naciones deben superar valoraciones interesadas y
mercantilistas; dando paso a una visión migratoria como
derecho y posibilidad de desarrollo humano de la persona
migrante, a la que tenemos que auxiliar y debemos respetar,
sobremanera su identidad cultural. En cualquier caso, si hay
algo que hemos de respaldar, o cuando menos favorecer con
nuestras actitudes, es la cultura de la acogida. Para
empezar, debiera estar presente en todos los planes
escolares, superada la prueba del rechazo, la integración
social sería coser y cantar. Debemos ver a los inmigrantes
con los ojos humanitarios, son personas ante todo y por
todo, más allá de unos meros documentos. La hospitalidad no
entiende de papeles o sin papeles, sólo de corazón. Cuidado
con criminalizar el cobijo. No olvidemos que toda persona
tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio,
y que, en caso de persecución, se tiene derecho a buscar
asilo y disfrutar de él en cualquier país.
Por desgracia, cuando muere un migrante no pasa nada y son
muchos los que mueren atravesando fronteras y frentes,
echando la vida por la boca. ¿Quiénes somos nosotros para
quitarles el aire? Prefiero una nación hospitalaria siempre,
antes que una nación que amedrenta con sanciones, porque es
una nación con alma, lo que favorece la integración social,
tan necesaria en los tiempos actuales. Es inútil intentar
eliminar el fenómeno migratorio con leyes más o menos
restrictivas, la cuestión pasa por concentrar los esfuerzos
en proteger la dignidad humana en todos los países. Defiendo
una sociedad que acoja a los seres humanos por lo que son,
ciudadanos del mundo, que reconozca la contribución positiva
del inmigrante a la sociedad de acogida, a través de su
cultura y de sus talentos, esa interacción comprensiva hará
germinar, más pronto que tarde, una sana integración social
donde todo el mundo sea respetado.
Debe promoverse la integración social, no sólo aceptando la
diversidad de boquilla, sino promoviendo programas de
acercamiento efectivo y afectivo, asegurando igualdad de
oportunidades de promoción en el mercado laboral. Estoy
totalmente de acuerdo en que se apliquen políticas
transparentes de lucha contra la inmigración clandestina y
la trata de seres humanos, contra el trabajo indecente que
desarrollan miles de inmigrantes como medio de subsistencia.
Ahora bien, los flujos migratorios se convierten en un
problema cuando la descoordinación entre países es
manifiesta como lo ha sido hasta ahora, cuando la falta de
transparencia normativa y la insolidaridad se impone sobre
el diálogo. Hay que meter en costura, con la sabiduría
hogareña, que la migración; en vez de un laberinto de
luchas, es un horizonte de luz para el mundo y una
oportunidad para construir juntos un mundo mejor, más
fraterno y solidario.
Sin duda alguna, el éxito de la integración en un mundo
global va a depender muy mucho de la gestión de las
migraciones por parte de los gobiernos de los Estados.
Resulta concluyente que los diversos países muestren una
sintonía de abrigo humano hacia los inmigrantes, no se les
vea como meras cifras. Desde luego, poco futuro tiene un
país o una cultura que se cierra, o peor, que combate a las
culturas que le llegan desde fuera como si no formasen parte
de su propia familia, la humana. Por otra parte, la
situación precaria de tantos extranjeros debería favorecer
la solidaridad entre las naciones implicadas y la reflexión
de sus gobiernos, para contribuir al desarrollo de los
países de origen de los inmigrantes. Para cambiar actitudes,
subrayo, que será vital que desde las escuelas se avive un
clima de respeto recíproco a la diversidad, sobre la base de
los principios y valores universales que son comunes a todas
las culturas.
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