Domingo. Diez de la mañana. Los
bañistas van llegando a la playa de la Ribera. A cierta
distancia, observo cómo Juan Vivas camina hacia una de las
sombrillas. Tarda nada y menos en despojarse de la camiseta,
pantalón y zapatillas. Atiende a quienes se le acercan a
saludarle. Y, seguidamente, se introduce en el agua y nada,
estilo crol, con eficacia, velocidad, y comodidad.
Su manera de nadar llama la atención. Lo hace muy coordinado
y cubre un gran trayecto mirado por cuantos estamos
compartiendo arena, sol y agua. Cerca de mí hay alguien que
pone cara de satisfacción al comprobar que el presidente de
la Ciudad es buen nadador. Y se lo dice a la persona que le
acompaña. Y ésta, inmediatamente, le responde:
-Sí que nada bien; pero jugando al fútbol era mejor...
Pues si jugaba al fútbol mejor que nada, lo primero que
pienso es que debió ser muy buen jugador. Pero también caigo
en la cuenta de que nuestro hombre se tiene ganada a la
concurrencia en todos los sentidos. Haga lo que haga y diga
lo que diga, se lleva de calle a la gente. Es su momento de
esplendor. Bueno, el momento de esplendor de Vivas dura ya
varios años. Nueve, concretamente. Y se ha hecho dueño de la
sensibilidad individual y colectiva de los ciudadanos.
Llegó a la presidencia, y sin hablar mal de la vigencia que
heredaba, implantó Vivas su vigencia y sus costumbres. Y,
sobre todo, puso en escena una forma de hacer política que
no estaba bien vista entre los que son partidarios de usar
la contundencia en las respuestas y el enfrentamiento a cada
paso.
Cuando se le ha criticado esa forma de ser, no ha tenido el
menor empacho en decir que él no es propenso a la pelea.
Porque sus condiciones físicas no son las más idóneas para
fajarse con nadie. Que suele rehuir el cuerpo a cuerpo. Y,
con sorna, Vivas remata la faena: es que además pelear por
pelear ya no se lleva. Se ha pasado de moda.
Pero no crean que el presidente de la Ciudad descuida su
defensa, de modo alguno. Su defensa consiste en esquivar los
golpes con rapidez y soltura. Y luego contraatacar con
paciencia, sin echar las campanas al vuelo o dar tres
cuartos al pregonero.
Semejante actitud, que siempre le dio magníficos resultados
como funcionario destacado, sigue aportándole grandes
beneficios en la vida pública. La cual se ha visto reforzada
con dos victorias electorales, culminadas con mayorías
absolutas.
Así que se siente importante, por más que él trate de
negarlo con la boca chica. Vivas está crecido. Y esa
importancia, en su caso, le ayuda más que le perjudica. Y
hay que reconocerle el poder de contención que tiene. O sea,
que todavía es capaz de domeñar la fuga de vanidad que pugna
por salirle a la superficie.
Y, por si fuera poco, siendo Vivas en Ceuta fiel exponente
del mejor centrismo político, que consiste sobre todo en no
sacar a la gente de sus casillas, resulta que ahora
Mariano Rajoy -también crecido por dos victorias
electorales consecutivas- enarbola asimismo la bandera de
ese centrismo cual arma decisiva para llegar a La Moncloa.
Un centrismo tachado de indeciso y ambiguo. Pero que no
irrita a la gente. Porque no incita a meterse en batallas
que no interesa a nadie. Vivas es el arquetipo de centro
político que predica Rajoy.
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