El viernes pasado, en una tertulia
improvisada, salió a relucir una temporada en que la
Agrupación Deportiva Ceuta estuvo a punto de caramelo para
ascender a la Segunda División A. Ya que el equipo consiguió
permanecer casi tres tercios del Campeonato encabezando la
clasificación. Aunque en el tramo final fue superado por el
Alcira.
De aquella temporada, apenas se habla. Y es que han
transcurrido veintitantos años. Los que han propiciado que
muchos aficionados veteranos no estén ya entre nosotros y
los más jóvenes ni habían nacido o bien eran unos niños. De
ahí que el silencio sobre lo ocurrido entonces sea la nota
predominante.
Lo ocurrido, contado así por encima, fue que hasta finales
de julio, de unos avanzados años ochenta, la Agrupación
Deportiva Ceuta estaba sin pulso. Pasaba por un momento
crítico. Y la gente se había hecho a la idea de que
peligraba la participación del equipo en la Segunda División
B. Y un día, tras una reunión entre concejales, éstos
tomaron la decisión de poner los medios necesarios para
hacer una plantilla deprisa y corriendo.
Y los concejales decidieron que yo participara decisivamente
en los fichajes. Acepté el envite porque todavía tenía
conocimientos suficientes de cómo estaba el mercado, de los
jugadores que lo integraban, y de cuanto acontecía en la
categoría. En sus cuatro grupos.
Así que durante dos semanas estuve encerrado, a cal y canto,
en las oficinas de la sede que estaba situada en la
costanilla, rotulada como Rampa de Abasto. La suerte, sin
duda, se alió con nosotros. Porque, por medio del teléfono,
conseguimos formar un conjunto que a punto estuvo, como
digo, de dar la campanada. Cuando sólo se trataba en
principio, por la premura que nos asediaba, de hacer un
equipo apañadito para salir del paso.
Cierto es que la suerte necesita ayuda. Y se la prestamos
usando un método muy práctico a la hora de componer la
plantilla. Y que no viene al caso detallar aquí, porque
careceríamos de espacio. Aunque conviene destacar lo
siguiente: lo primero que dejamos claro a los corredores de
jugadores, aún se denominaban así a los representantes de
éstos, que nuestro trabajo no exigía recompensas económicas.
Ni regalos bajo cuerda.
La cosa funcionó a las mil maravillas. El gran error fue la
contratación del entrenador. Fue el capricho de un político,
dada su amistad con el entrenador que se contrató:
Enrique Alés. El cual cometió errores de bulto. Errores
impropios en un profesional que estaba curtido en mil
batallas. Pero que había perdido la ilusión. Entre otras
cosas, porque le disgustaba vivir en Ceuta. Otro que se
aburría en esta ciudad. Y le faltaba tiempo cada semana para
irse a la Península y regresar el miércoles por la mañana
con tanta precipitación como escasas ganas de ponerse el
mono de trabajo.
Recuerdo, cómo no, la de veces que denuncié el hecho en los
momentos de euforia. Cuando los resultados eran favorables.
Pero el político de turno pensaba que mis advertencias no
tenían sentido. Y así perdimos un ascenso que estaba
cantado. Saco a la palestra esta historia, tan añeja, porque
la Ciudad debería estar más atenta a la actualidad de la
Asociación Deportiva Ceuta. En cuestiones de comisiones y en
comprobar si el entrenador se sigue aburriendo en una ciudad
donde le tratan a cuerpo de rey.
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