Me siento orgulloso de mí pasado,
haber nacido en mi adorado Callejón del Lobo, haber pasado
más rasca que un caracol en un espejo, andar con alpargatas
o con aquellos zapatos de goma que te dejaban una jartá de
mierda entre los dedos, que había que lavar bien con jabón y
estropajo, haber andado por esos mundos de Dios, haber
pertenecido desde muy niño al mundo de la farándula y haber
llegado a donde he llegado por mis propios méritos sin
deberle nada a nadie.
Por todo eso, cuando saco el baúl de los recuerdos, cargados
de fotografías antiguas donde estoy pelado al cero, siento
una enorme satisfacción y una gran alegría. Esa alegría
aumenta, cuando años más tarde, me veo rodeados de las más
grandes figuras del mundo artístico, de personajes
importantes del mundo de la ciencia, de las letras y de la
política. Dejando las grandes figuras del mundo del
espectáculo a un lado, personajes de la categoría
intelectual y humana, como Adolfo Suárez, Gutiérrez Mellado,
Alfonso Guerra o José María Peman entre otros.
Esas fotografías, tanto las de mi primera época, como las de
fechas posteriores son el orgullo de mi vida pues, sin duda
alguna, son el reflejo de lo que ha sido toda mi viva. Una
vida de la que me siento orgulloso y que la volvería a
vivir, a pesar de todas las calamidades pasadas.
La historia de mi vida, con mis defectos y alguna que otra
virtud, que alguna tengo que tener digo yo, están
perfectamente reflejada en esas fotografías, en principio
color sepia y más adelante, con el paso del tiempo, a todo
color.
Iba pensando en eso y regocijándome en mi pensamiento, sobre
esas fotografías, cuando me encontré a un amigo de los de
aquella época de la alpargatas y los zapatos de goma que,
Cruzados, había traído de la China e inmediatamente le paré
para contarle lo de las fotografías y la que, precisamente,
tenía con él pelado al cero y una pelota de trapo bajo el
brazo.
Por su gesto comprendí que lo que yo pensaba le iba a
alegrar, le estaba sentado mal ese recuerdo. No le entendí y
le seguí insistiendo sobre el tema. Me miro fijamente y me
dijo: “siempre serás igual, nunca cambiaras. Esas fotos
tendrán un gran valor para ti, para mi deberían desparecer.
Es más te rogaría que, cuando llegues a tu casa la
partieses.
Lo siento, amigo, las fotografías son mías y no pienso
partirlas no pienso partirla mientras viva.
Pues, si no tienes inconveniente, ya que no la vas a partir,
ponle un papel encima o otra fotografía donde no esté yo de
esa guisa.
Seguí sin entenderlo. No comprendía que aquel niño que no
había sido nada, ni tan siquiera medianamente inteligente y
que, hoy, por esas cosas que tiene la vida ocupase un puesto
destacado gozando de una buena situación económica, sintiese
vergüenza de su época de niño, cuando debería sentirse
orgulloso de haber conseguido llegar a la situación que
disfruta.
No le dije ni adiós, seguí mi camino, pensando que Dios le
da pañuelos al que no tiene mocos y que el borrar un
capitulo de su historia sólo se debe a que sigue siendo el
mismo inútil de siempre.
|