Todas las mañanas me siento ante
el ordenador y voy leyendo las noticias locales. Lo que
dicen los políticos. Las opiniones vertidas en los medios.
Lo escudriño todo. A ver lo más interesante que encuentro
para sacarle punta y ganarme el jornal de la columna.
Hay días en los que atrapo la idea que debo desarrollar en
un santiamén. Y otros en los cuales me cuesta lo indecible
encontrarla. Porque no descubro nada interesante. Ya que la
ciudad es pequeña, y aunque tenga problemas de urbe grande,
no genera información suficiente como para elegir asuntos de
los que opinar todos los días y fiestas de guardar.
Cuando escribo es jueves, y no me ha interesado nada de
cuanto he leído para basarme en ello y poder cumplir con mi
tarea diaria. Es uno de esos días que bien podía aplicársele
la expresión marinera de calma chicha.
Verdad es que Juan Luis Aróstegui nos habla de
terrenos expropiados por la Ciudad y que fueron a parar a
las manos de una empresa privada que llegó para construir
viviendas y por lo visto se ha dado el piro dejando las
obras estancadas.
El sindicalista, que como negociante de pisos sabe lo suyo,
trata de dejar al consejero de Hacienda, Francisco
Márquez, con el culo al aire. Pero el asunto me
interesaría si acaso el denunciante, otrora, no hubiera
sembrado dudas acerca de la distribución de viviendas
sociales.
Se dicen tantas cosas sobre aquellas reuniones mantenidas en
una cafetería sita en la plaza de África. Donde se sentaban
las partes a una mesa para conversar en relación con los
pisos que habían de recibir las familias más necesitadas,
que no me atrevo yo a darle la razón, aunque parezca
mentira, a Juan Luis Aróstegui.
Así que paso del asunto, y allá que se las entiendan el
sindicalista y el ex gilista. Ya que ambos, si bien con
estilos diferentes, pues ya sabemos que no hay dos hombres
iguales, saben perfectamente a qué juegan. Y es que donde
hay dineros de por medio da muchísimo asco inmiscuirse.
De modo que una vez desechado el intervenir en este
enfrentamiento entre dos personas que dicen detestarse y que
caminan por la vida de modo diametralmente opuesto -si bien
me da en las pituitarias que algún día terminarán
convergiendo en ciertos gustos, pues cosas peores se han
visto-, me pongo a pensar nuevamente en cómo apañármelas
para conseguir llegar al final de esta columna.
Y, claro, se me viene a la memoria lo que me contaron el
miércoles pasado sobre una fiesta celebrada para festejar el
cumpleaños de un político, y en la que alguien, imitando a
Marilyn Monroe, en el cumpleaños de Kennedy,
hizo una criticada interpretación de una canción dedicada al
susodicho político.
Pero decido guardar silencio. Me impongo el chitón. Porque
no quiero que se me alborote el gallinero. Ya que no es el
sentido del humor lo que suele primar entre quienes viven de
la política activa. Son tan susceptibles.
Resumiendo: que me perdonen ustedes, queridos lectores, por
haber llegado al final de este oasis sin decirles nada en
concreto. Pero, créanme, que hay días que no generan el
menor estímulo. Y parecen más bien que están hechos para
hacernos bostezar. Y en ello estoy.
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