Que los polígonos del Tarajal
dejaron de ser lo que eran es una evidencia; y que a lo
mejor nunca llegaron a las expectativas, puede ser que
también. El hecho fundamental es que, basándose en los fríos
y calculados números que dan forma a una realidad,
efectivamente estos polígonos comerciales (que fueron
concebidos primigeniamente como industriales), en relación
al peso específico y concreto en la economía local arroja
una conclusión: las naves son, como era fácil suponer, un
elemento importante dentro del engranaje de la actividad
económica de Ceuta, pero no es, contra lo que dice el
tópico, ni su principal ni su único pulmón.
Y esto es así, en función del trabajo-estudio elaborado por
los técnicos de la Ciudad en cuyas conclusiones se dice que
deben tomarse “con precaución” la actividad de las 230 naves
que se encuentran junto al perímetro fronterizo ya que
reportan a las arcas de la Administración local “entre un
10% y un 15%” de sus ingresos con cargo al Impuesto sobre la
Producción, los Servicios y la Importación (IPSI) en el
apartado más relevante, el de las Importaciones. Es decir,
en el mejor de los casos (15%) la inyección líquida que
reportan los polígonos en forma de impuestos a la hacienda
pública local ronda los 6 millones, un tercio menos de lo
que la Ciudad gasta en ellos (entre 8,5 y 9 millones al
año). En términos de empleo el peso del Tarajal es aún más
exiguo. Las naves dan trabajo a unas 200 personas, menos del
1% del total de afiliados a la Seguridad Social en la
ciudad.
Son datos que mermarían la capacidad de respuesta de
cualquier institución pública en un espacio catalogado como
privado. Sin embargo, no es nuevo el derrame de diferentes
aportes procedentes de las distintas administraciones.
Por tanto habrá que establecer los escenarios en sus justo
lugar y compartir responsabilidades, tantas como
compromisos.
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