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sociedad - JUEVES, 18 DE JUNIO DE 2009


cartel de la conferencia. cedida.

AULA MILITAR DE CULTURA
 

En la cumbre del intimismo

José Antonio Pujante describirá esta tarde en el Casino Militar sus experiencias vitales como montañista; no se cegó en subir los ochomiles del Himalaya, sino en conocerse, en probar fortuna en los cinco continentes, en amar solo
 

CEUTA
Luis Parodi

ceuta
@elpueblodeceuta.com

Todo lo que ha hecho José Antonio Pujante en su vida es grandioso. Mirar su currículo da tanto miedo como pensar en rodar desde una de las cumbres más altas del mundo ladera abajo. Haber rellenado ese currículo le insufla tanta vida como haber recorrido las cimas más peligrosas. Para ambas cosas se necesita tirar de capacidades humanas semejantes pero dispuestas en un panorama diametralmente opuesto: esfuerzo, sudor, perseverancia y soledad. “Lo profesional y lo turístico hay que pesarlo en dos balanzas diferentes”, explica.

Entre los infinitos estudios y cargos que soporta su espalda, uno destaca por encima de los demás, el de ser médico. Esta profesión científica atrae a los filósofos hacia sí, está repleta de pensadores y Pujante posee la cualidad de respirar aire de otra atsmósfera ajena a la rutina. Acaba de regresar del Everest con los 20 dedos congelados, a final de mes le tendrán que amputar las falanges sumergidas debajo de unas uñas que ha traído oscuras, como los huesos y la piel, en el paso previo a la gangrena. Pujante tiene cinco hijos, trabaja a diario como empresario, acude a multitud de conferencias y, una vez cada tres años, acude a su cita con la montaña, para susurrarle y dejar que ella también le susurre a él, con el viento y el frío.

Ha visitado las cumbres de los cinco continentes, ha conocido sus culturas y ha despreciado obstinarse con los ochomiles del Himalaya. Esta tarde, a las 20.30 horas, va a contar a los presentes las experiencias vitales más dramáticas de sus casi 40 años de trayectoria; será en el Casino Militar, gestionado a través del Aula Militar de Cultura. A la vuelta de sus expediciones, Pujante echaba la vista atrás, de soslayo, y escribía todo aquello que recordaba. “No me importaba la parte técnica, sino las experiencias vitales”, todo aquello que no puede contar alguien que no haya subido a los hombros de esos colosos. Su peor momento lo vivió en el Aconcagua (Sudamérica), antes de viajar luego a la Antártida. “La odisea allí fue terrible, tres días solo, en medio de una tormenta a 7.000 metros de altura, mucho más duro de lo que he vivido en el Everest ahora. No lo puedo describir con dos palabras, porque necesité 250 páginas para contarlo en un libro”, comenta.

En el Everest se encontró con un imprevisto que estuvo a punto de costarle el adiós definitivo. Antes de bajar decidió auxiliar a dos italianos. Pasó tres días y dos noches más de la cuenta, a 8.400 metros y sin oxígeno apenas. “Eso son palabras mayores, un día más a esa altura y hubiéramos muerto, bajamos al límite, en un estado crítico”. En su otra aventura en el Everest (año 93), subiendo aquella vez por la cara sur, Nepal, se rompió la cabeza, perdió sangre, se recuperó, alcanzó la cima y descendió con los dedos congelados, pero sin necesidad de amputar. Hoy, con 53 años, habla de las amputaciones que le van a practicar como si pidiera un kilo de naranjas. “El torero vuelve porque tiene verdadera pasión por el toro”, pero también porque hay beneficio económico. El alpinista aficionado debe acudir a la cuenta bancaria, a veces hay que invertir entre siete y diez millones de pesetas para una expedición de dos meses y medio. “Uno no solo tiene que subir las montañas de roca y hielo, sino superar sus propias limitaciones, esas son las cumbres del alma, las que uno tiene que saber superar”, dice. Este barcelonés asegura dormir ocho horas diarias. Si no miente, ha descubierto la pócima para conseguir meter dentro de 24 horas todas las actividades que engrandecen un día. Allí, en la montaña, “he aprendido a disfrutar de la vida, uno tiene que vivirla intensamente y saber que el día siguiente puede no llegar”.
 

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