En una reunión, ayer por la
mañana, dije que ‘El Pueblo de Ceuta’ es el ‘faro’ que nos
alumbra en esta ciudad. Y la imagen me quedó tan bien como
para que todos los allí reunidos la celebrasen.
No, no se me asusten. Conserven la calma, por favor, que no
les voy a endilgar una perorata sobre la independencia de
este periódico en el cual escribo. Porque la prensa
independiente nunca ha existido. Ya que todos los medios
dedicados a crear opinión enfocan ésta buscando siempre
algún tipo de beneficio.
Y es que lo contrario en cualquier empresa periodística
-¿acaso lo dudan?-, significa no cubrir ni siquiera gastos y
abocarse a echar las persianas de la redacción más pronto
que tarde. Y no creo que haga falta recordarles lo que eso
significa.
En Ceuta, y el que escribe sabe de lo que habla, ningún
periódico pudo mantener el tipo más de dos años. Pues nada
más nacer se les echaban encima las fuerzas interesadas en
que sólo existiera un medio (ese que luce cada domingo a
prima mañana y debajo de la sobaquera, el cura más rancio
que existe en esta ciudad. Una antigualla en todos los
sentidos). Con el único fin de acallar las voces
discordantes y que prevaleciera, como única e indiscutible,
la tradicional y costumbrista.
Pero miren por dónde, un buen día, de hace ya más de catorce
años, nació este periódico: ‘El Pueblo de Ceuta’. Al cual a
mí se me ha ocurrido calificar como el ‘faro’ que nos
alumbra en una ciudad que ha vivido innumerables años
sometida solamente a la línea normativa que marcaba un grupo
convencido de que esta tierra era suya y así lo manifestaban
sus componentes en ese medio.
Y hasta hubo una época, que duró una eternidad, en la cual
Gobierno local y periódico parecían ser la misma cosa. Y no
hace falta ser un lince para caer en la cuenta de ese tiempo
al que me estoy refiriendo. Eran tiempos donde se podía
mandar en la Casa Grande y a su vez ser el propietario del
boletín de las noticias. Un ejemplo, sin duda, de cómo debía
ser la democracia.
Esa democracia que les servía a unos pocos para estimular al
pueblo para que éste pidiera a voz en grito la autonomía de
la Ciudad. Convendría, eso sí, darse una vuelta por la
hemeroteca para comprobar las páginas de publicidad que
existen de aquel entonces en el único medio escrito que
existía e interesarse después por las ganancias que esos
anuncios propiciaban. Y quiénes los ingresaban en su cuenta.
Viene a cuento todo lo dicho porque hay políticos que están
gozando, desde hace años, de una posición privilegiada.
Políticos que estaban conchabados, entonces, con ese poder
Ayuntamiento y prensa única. Y se conoce que les cogieron
tanto gusto y obtuvieron tantos beneficios, mediante su
condición de tapados, que ahora han vuelto a dar en la manía
de volver a reverdecer laureles.
Eso sí, situados no como funcionarios o correveidiles, sino
como partes principales de la cosa. Y convencidos, además,
de que con el ordeno y mando han de implantar en los medios
disciplina y obediencia generalizadas. Y a quien ose
llevarles la contraria, se le discrimina. Se le hace el
vacío. Se le putea, vamos. Craso error. Pues quien escribe
sabe que pertenece a una empresa. Lo cual no es impedimento
para que deseche convertirse en contador de cosas amaestrado
y pagado por la Ciudad. Cuidado con las tonterías...
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