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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 17 DE JUNIO DE 2009

 

OPINIÓN / MIS COSAS

Mis cosas
 


ADE
ade
@elpueblodeceuta.com
 

Mantener las tradiciones, es mantener viva la historia de un pueblo, que a pesar de los avances experimentados, sigue aferrado a la mismas para, con ello, evitar peder su identidad. Si hay algo con capacidad suficiente para mantener la identidad de los pueblos que les hace parecer iguales pero a la vez diferentes, es no olvidar nunca de tener siempre vivas sus tradiciones.

El pasado sábado celebramos una de nuestras más antiguas tradiciones, San Antonio. Esa celebración, me hizo volver muchos años atrás a recordar mis memorias de chaval cuando cada año, por esas fechas, trece de junio, íbamos a la Ermita a celebrar la festividad del santo.

Eran otros tiempos, los chavales de mí amado callejón del Lobo, nos reuníamos en pandilla, la pandilla de siempre y allá que marchábamos a nuestra romería, sin un duro en el bolsillo, sin ningún bocadillo y con una sola lata vacía.

La lata, para la celebración de nuestra particular romería, era material indispensable para nuestro sustento, camino de San Antonio.

Entrábamos por San Amaro, muy distinto el parque a como está hoy día, porque era mucho más natural y parada indispensable algo más lejos de la jaula de los monos, para beber agua en el chorro que salía de un tubo de hierro procedente de algún manantial. Agua excelente y natural.

Una vez saciada nuestra sed, empezaba la hazaña de conseguir algo de alimento. Iniciada la subida hacia la Ermita, a la izquierda había un pequeño huerto con árboles frutales. Saltar la tapia y coger peras pequeñas y exquisitas, era nuestra primera etapa.

La segunda consistía, y ahí es donde entra nuestra imprescindible lata, en ir cogiendo moras de los zarzales, llenando la lata y entre bromas y veras, con las peras y las moras recogidas, no necesitábamos nada más para pasar unas horas de romería.

La explanada alrededor de la Ermita estaba llena de familias que habían subido de “gira”, a celebrar la festividad de San Antonio. Bocadillos, sandias y alguna que otra paella que se estaba haciendo para la prole.

Algo más lejos, frente a lo que fuera el Mesón de Serafín, se había instalado un ring, donde se celebraran varios combates, en que los contendientes se daban tortas a granel. Recuerdo que en uno de los combates, un contendiente tenía un ojo cerrado del castañazo que le había propinado su contrario.

Horas y más horas, dando vueltas por aquellos lares, comiéndonos nuestras peras y nuestras moras, hasta que decidíamos poner fin a nuestra particular romería.

Años después, en la época de Serafín, para animar a la gente a subir, se les regalaban tortillas y refrescos. Y fue entonces, cuando nosotros “los capitalistas de las alpargatas, las peras y las moras”, decidimos no volver a subir. Aquellos regalos nos habían quitado la emoción de coger nuestras peras y nuestras moras.

Por cierto, hablando de Serafín Becerra Lago, cuándo este pueblo le va a rendir el homenaje que se merece, porque méritos tiene más que muchos a los que se les concede la medalla y los escuditos.
 

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