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sociedad - MIÉRCOLES, 17 DE JUNIO DE 2009


la vecina de san josé Zohra. fidel raso.

barriadas
 

Regreso al pasado

Una vecina de San José lleva esperando cinco años a que le arreglen la fachada de su casa, destrozada por un temporal; se quedó sin cocina, el inodoro está a la intemperie y pide ayuda
 

CEUTA
Luis Parodi

ceuta
@elpueblodeceuta.com

Cuando uno entra en casa de Zohra Mohamed Ahmed se le viene a la cabeza esa frase repetida hasta la saciedad pero real como la historia que representa: “Esto no se puede permitir en pleno siglo XXI”. Las condiciones de la vivienda de Zohra son inadecuadas para un país que presume de europeísmo. Vive en el número 4 de Marqués Carrasco, una de las muchas bocacalles estrechas y recién aceradas de San José. Su casa es una de esas que posee unas vistas privilegiadas, pero carcomidas por el balcón desde donde se mira el paisaje. Desde allí, la Almadraba sigue siendo la misma, pero no huele a mar, sino a penuria.

Zohra es una señora que recibe una paga de 300 euros, dado su carácter de pensionista e inválida, debido a varias lesiones que presenta en su cuerpo y que le impiden una movilidad adecuada, aunque ella se apaña por su casa como un pájaro lo hace en su jaula. Su hija, de 24 años, cobra otros 300 euros a través de la subsidiaria ley de Dependencia, y con eso, ellas dos y las dos nietas de Zohra, van tirando mes a mes.

Zohra consiguió en propiedad esta casa cuando sus propietarios fallecieron en Marruecos. Hasta entonces, pagaba un alquiler de 500 pesetas por un hogar que cuenta con dos habitaciones, un cuarto de baño y una cocina que se la llevó un temporal de Levante de hace cinco años. En uno de los rincones de su casa ha instalado un hornillo para cocinar y la nevera la ha situado junto a la puerta de la habitación de su hija, inundada de cacerolas y utensilios propios de la cocina. Además, la falta de espacio para ordenar las ropas de sus nietas y su hija, le obligan a utilizar la cama como armario. Todas las noches retira las prendas de vestir para que duerman sus descendientes. Después de cinco años y tras visitas de contratistas y trabajadores de Asuntos Sociales, Zohra ha decidido contar su historia en el periódico; quiere que le arreglen su propiedad o que le den un nuevo hogar, a su avanzada edad. Sus vecinas se asoman a la puerta y le piden que no se vaya. “Ella y mi madre se hacen mucha compañía”, explica una de las vecinas. No les importa que Zohra utilice todos los días sus duchas, allí están para compartir. Todas las casas cuentan con medio siglo de recorrido, unas se han reformado y otras se han arrugado con la edad.

Mientras, Zohra baja las empinadas escaleras que comunican con lo que hace cinco años fue parte indispensable. Ahora, esta pequeña parcela de su vivienda ofrece un estado de ruina, miserable e inahabitable. Se deja fotografiar sentada sobre el inodoro que usa a diario; se deja fotografiar sobre los restos de cemento que antes fueron su cocina y se deja fotografiar sobre un muro que le protegía del exterior hace cinco años y que ahora apenas sube medio metro del suelo. Los orificios en las paredes sirven de conducto a las ratas y las culebras. Zohra tiene a mano las fotos de sus nietas, enseña su libro de familia y su DNI, es desenvuelta y humilde; no vive entre riquezas y tampoco las querría, pero necesita abandonar el pasado.
 

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