Cuando uno entra en casa de Zohra Mohamed Ahmed se le viene
a la cabeza esa frase repetida hasta la saciedad pero real
como la historia que representa: “Esto no se puede permitir
en pleno siglo XXI”. Las condiciones de la vivienda de Zohra
son inadecuadas para un país que presume de europeísmo. Vive
en el número 4 de Marqués Carrasco, una de las muchas
bocacalles estrechas y recién aceradas de San José. Su casa
es una de esas que posee unas vistas privilegiadas, pero
carcomidas por el balcón desde donde se mira el paisaje.
Desde allí, la Almadraba sigue siendo la misma, pero no
huele a mar, sino a penuria.
Zohra es una señora que recibe una paga de 300 euros, dado
su carácter de pensionista e inválida, debido a varias
lesiones que presenta en su cuerpo y que le impiden una
movilidad adecuada, aunque ella se apaña por su casa como un
pájaro lo hace en su jaula. Su hija, de 24 años, cobra otros
300 euros a través de la subsidiaria ley de Dependencia, y
con eso, ellas dos y las dos nietas de Zohra, van tirando
mes a mes.
Zohra consiguió en propiedad esta casa cuando sus
propietarios fallecieron en Marruecos. Hasta entonces,
pagaba un alquiler de 500 pesetas por un hogar que cuenta
con dos habitaciones, un cuarto de baño y una cocina que se
la llevó un temporal de Levante de hace cinco años. En uno
de los rincones de su casa ha instalado un hornillo para
cocinar y la nevera la ha situado junto a la puerta de la
habitación de su hija, inundada de cacerolas y utensilios
propios de la cocina. Además, la falta de espacio para
ordenar las ropas de sus nietas y su hija, le obligan a
utilizar la cama como armario. Todas las noches retira las
prendas de vestir para que duerman sus descendientes.
Después de cinco años y tras visitas de contratistas y
trabajadores de Asuntos Sociales, Zohra ha decidido contar
su historia en el periódico; quiere que le arreglen su
propiedad o que le den un nuevo hogar, a su avanzada edad.
Sus vecinas se asoman a la puerta y le piden que no se vaya.
“Ella y mi madre se hacen mucha compañía”, explica una de
las vecinas. No les importa que Zohra utilice todos los días
sus duchas, allí están para compartir. Todas las casas
cuentan con medio siglo de recorrido, unas se han reformado
y otras se han arrugado con la edad.
Mientras, Zohra baja las empinadas escaleras que comunican
con lo que hace cinco años fue parte indispensable. Ahora,
esta pequeña parcela de su vivienda ofrece un estado de
ruina, miserable e inahabitable. Se deja fotografiar sentada
sobre el inodoro que usa a diario; se deja fotografiar sobre
los restos de cemento que antes fueron su cocina y se deja
fotografiar sobre un muro que le protegía del exterior hace
cinco años y que ahora apenas sube medio metro del suelo.
Los orificios en las paredes sirven de conducto a las ratas
y las culebras. Zohra tiene a mano las fotos de sus nietas,
enseña su libro de familia y su DNI, es desenvuelta y
humilde; no vive entre riquezas y tampoco las querría, pero
necesita abandonar el pasado.
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