Si nos atenemos al histórico de
los polígonos del Tarajal podríamos sacar conclusiones con
cierto calado paradójico. De lo que se presumía podía ser el
maná económico de mayoristas en la mitad de la década de los
90 con el entonces prometedor negocio transfronterizo, sólo
una década después se muere de éxito. El éxito que ha
supuesto que de 700 porteadores se pase a 7.000 y 10.000
diarios por un lado, lo que devenido en que de las múltiples
compras en las naves se pase a sencillamente a la nada por
razón de que todo el sistema transfronterizo ya está
dirigido y controlado por unos pocos que casi nada tienen
que ver con el polígono y del que sólo se aprovecha su
ubicación como paso o, si acaso, como almacenamiento de
bultos previamente contabilizados y preparados. En cualquier
caso, este polígono privado, efectivamente privado, cuenta
con una serie de condicionantes que complican en su medida
la privacidad de sus espacios. Entre otras cuestiones porque
no han sido pocas las ocasiones en la que los representantes
han llamado y siguen llamando para recibir servicios
públicos en su entorno privado. Llámese limpieza, llámese
seguridad. Pero aún peor, lo que en su día debía ser la
panacea, la apertura del Biutz, se ha convertido ahora en la
peor pesadilla para el 80% del empresariado del polígono; el
otro 20% se dedica irregularmente a la consigna de bultos.
La apertura del Biutz genera una aglomeración masiva de
personas que obliga a las fuerzas de seguridad del Estado a
contener tal marea humana, es su función y su deber. De tal
modo que la existencia y la presencia de decenas de miles de
personas genera una intervención de oficio de la
Administración General del Estado a través de sus Cuerpos y
Fuerzas de Seguridad que deben velar precisamente por la
seguridad de las personas y, sin duda, por el control de un
paso internacional. Difícil arreglo que tendrá solución
cuando se ejecuten las obras previstas al lado del Tarajal,
siempre y cuando medie el visto bueno de Marruecos, claro
está.
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