Si se mira con objetividad, el
único problema realmente importante que tiene la salud
pública en España es el tabaco. Estamos en las primeras
posiciones de la Unión Europea en porcentaje de población
adicta y, aunque el número de fumadores adultos
afortunadamente disminuye un poco, es muy preocupante
observar la cantidad de adolescentes españoles que ya están
enganchados a la droga. Calificar al tabaco de ‘maldito’ no
es algo gratuito, ni es una opinión hipertrofiada. España,
que tiene unos indicativos sanitarios excelentes comparados
con los de otros muchos países de su entorno, los tendría
aún mejores si hubiera menos adictos al pitillo. El precio
del tabaco en nuestro país es de los más bajos de la Unión
Europea a pesar de que el Banco Mundial recomienda
repetidamente la subida de precios, conocedor de que una
subida de un 10% significa un 5% de descenso del consumo,
especialmente en un grupo de población con escaso poder
adquisitivo como son los niños y adolescentes. Pero si por
un lado, el que se suba el precio de tabaco implica un menor
consumo es excelentemente bueno para la salud general del
país, el hecho de que se atisbe la idea de que precisamente
por la ‘enganchada’ general a la nicotina se pueda recaudar
más -dadas las cada vez más finas arcas españolas-, no deja
de ser un elemento descabellado del subconsciente humano. Es
cierto que los impuestos en España sobre el tabaco son los
más bajos de Europa, pero también es cierto que nuestro país
cuenta con una tasa de desempleo excesivamente alta
liderando las estadísticas europeas. En cualquier caso,
aunque el debate económico en relación a esta medida está
ahí y seguirá estando durante las próximas semanas, si por
esta causa la población decide apostar por dejar de fumar
bienvenida sea la idea. El gobierno recaudará menos sí, pero
también pagará menos coste sanitario de enfermos con cáncer
o con problemas respiratorios a causa del tabaco. Lo uno por
lo otro.
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