En mi artículo del domingo pasado constataba la aceptación
social de contravalores (como el aborto) frente a un sentir
mayoritario de ciudadanos que han sido educados justamente
en la dirección opuesta. Todo esto ha sido posible porque se
ha separado al hombre de Dios; de esta forma, se consigue
una autonomía de comportamientos ajustados a los gustos y
deseos de cada uno, un relativismo moral en el que todo vale
si es lo que me gusta o interesa. Pues bien, ante esta
situación me pregunto ¿qué puedo yo hacer como católico en
esta sociedad concreta que me ha tocado vivir? Permítanme
que comparta con Uds mis reflexiones sobre esta pregunta.
En primer lugar debo tener un firme convencimiento, con san
Pablo, de que en la vida y en la muerte somos del Señor (Rom
14,8) y por tanto ninguna voluntad humana puede arrogarse el
derecho a decidir la eliminación de ninguna vida humana sea
cual fuere su situación. Por un fenómeno de ósmosis social
estamos continuamente sometidos al riesgo de impregnarnos de
las corrientes emergentes que sustituyen a Dios por el
hombre, que actúan sin más fundamentos para la eliminación
de vidas humanas, que un emotivismo argumental. Para
contrarrestarlo debemos contraponer la fe y la razón,
tratando de resolver un problema, siempre complejo, ayudando
a las víctimas en lugar de su eliminación de forma radical.
En segundo lugar, tengo que ser como católico, un hombre de
esperanza. Esperanza que no puede venir de la extrapolación
de los datos estadísticos sociales de este momento, sino de
la esperanza contra toda esperanza, que decía Pablo a los
Romanos (Rom 4,18), que se deriva del convencimiento por la
fe de que el Señor no va a abandonar a su pueblo, no va a
dejar que triunfe el Maligno y de que mis oraciones,
especialmente en este 2009, año de oración por la vida, van
a ser escuchadas por Él porque las realizaré en la seguridad
de que voy en el buen camino, estoy en la verdad, amo la
vida.
En tercer lugar, debo acoger con entusiasmo y defender sin
titubeos las enseñanzas emanadas de los documentos de los
pastores de nuestra Iglesia, en este caso, en materia de
protección de la vida. Hay que valorar su firmeza y valentía
en defensa de la vida, muchas veces en solitario, contra los
ataques furibundos de políticos, medios de comunicación y
personas que no comparten sus principios. Pero también hay
que lamentar la incomprensión de muchos de los que se
arrogan, incluso públicamente, su condición de católicos. En
este sentido echo particularmente de menos alguna
manifestación pública, en defensa de la vida, por parte de
los teólogos habitualmente tan bien acogidos por los medios
de comunicación cuando día tras día y por cualquier motivo,
salen a atizarle a la jerarquía intentando su desprestigio,
y justificando así a los enemigos de la Iglesia. Una Iglesia
que es firme en sus principios, maestra en sus enseñanzas;
pero que acoge con entrañas de madre, toda clase de víctimas
de los desmanes sociales.
Con estos planteamientos debo pasar a la acción en la vida
pública. En primer lugar por los medios que una sociedad
democrática pone a mi disposición. En este sentido mi voto
debe ser más reflexivo y no dar por supuesto que los
principales valores que yo defiendo están recogidos
mayoritariamente en un partido concreto. Hay que conocer los
programas electorales y simplemente eliminar aquellos que no
estén por la defensa de la vida. Esto obligará a algunos
partidos a ser menos ambiguos en estos planteamientos. Estar
pendientes de los partidos emergentes que se ajustan más a
mis convicciones, que aunque pequeños en sus orígenes,
pueden condicionar a los otros.
Cuando ocurre que los partidos con opciones de gobierno, no
representan el sentir de las mayorías en temas
fundamentales, la sociedad se ve obligada a tomar un
protagonismo, al que en principio es remisa. Personalmente
pienso que lo más importante que ha hecho en sus gobiernos
el Sr. Rodríguez Zapatero ha sido el despertar a numerosos
grupos sociales que han surgido en relativamente poco
tiempo. Una democracia no está bien asentada hasta que no
esté bien estructurada socialmente.
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