Camilo José Cela decía que
los entrevistadores son unos inquisidores que tendrían que
pagar a los entrevistados. De ahí que cuando se prestaba al
juego de las entrevistas se mantuviera, según dicen y vimos
a veces en la televisión, en guardia y dispuesto a cantarle
las cuarenta a quien no supiera estar a la altura que él
marcaba.
Las entrevistas pertenecen a un género literario que tiene
más importancia de la que hasta ahora se le ha venido dando.
Pocos medios pueden prescindir de las declaraciones
obtenidas mediante el diálogo. Y la primera exigencia para
dialogar con el personaje elegido es tener un gran
conocimiento de su personalidad o sus ideas, e insistir en
los aspectos menos conocidos de él.
En ocasiones, por causas ajenas al entrevistador, éste se
presenta ante el inquirido sin cuestionario y hasta con
cierto desbarajuste mental. Son excepciones, claro está. Un
día, de hace ya bastantes años, me senté ante el presidente
del Tribunal de la Rota de Sevilla sin saber ni papa de lo
concerniente a su labor. Por hacerle un favor a un buen
amigo. Y menos mal que acerté a preguntarle, de sopetón, las
razones que había para que la Iglesia fuera sabia. Y aquel
cura, con cara de no estar muy dispuesto a conversar,
reaccionó con tanta prontitud como sinceridad:
-La iglesia es sabia por alcahueta, por alcahueta, por
alcahueta...
Y a partir de ese momento, nos arrellanamos en un sofá del
Hotel La Muralla y comenzamos a hablar de manera distendida.
Cuando di por concluida la sesión, aquella autoridad
eclesiástica -a quien Alejandro Sevilla me había
pedido que la entrevistara- quiso halagarme diciéndome que
estaba yo muy preparado en el tema. Y mi contestación no se
hizo esperar:
-Haga el favor de no cachondearse de mí a estas horas del
día. (ocho de la mañana de un día invernal). Pues sepa usted
que no tenía ni la menor idea de cómo la Iglesia se manejaba
en asuntos donde las relaciones del tálamo nupcial quedan
rotas y hay que arreglarlas como Dios manda.
Le hizo tanta gracia mi respuesta al presidente del Tribunal
de la Rota, que me puso al tanto de cómo se estaba llevando
la nulidad del matrimonio de Pedro Carrasco y Rocío
Jurado y de otras parejas de famosos, que entonces
pleiteaban bajo las directrices marcadas por la curia. Pocas
veces más he acudido yo sin cuestionario y sin saber vida y
milagros de mi entrevistado. Porque se expone uno a quedar
como Cagancho en Almagro. Ya que las improvisaciones son
recursos necesarios, pero nunca convenientes por sistema.
Hará un mes, más o menos, estuve entrevistando al presidente
de la Ciudad. Y le dije, antes de comenzar a preguntarle,
que a ver si le era posible responder con brevedad. Ya que
eran muchas las preguntas. Pero el presidente, debido a la
fuerza de la costumbre, se empleó con muchas oraciones
secundarias.
Cuando terminamos la entrevista, y dado que Juan Vivas
y yo nos estamos tratando desde hace casi veinticinco años,
le comuniqué que me vería obligado a espigar sus
contestaciones. Y me dio el consiguiente permiso. Eso sí,
nada escribí que no estuviera grabado. Y es que en los
tiempos que corren, para bien de todos, es necesario grabar
las entrevistas y guardar la cinta. Pues, de lo contrario,
uno se expone a cualquier contratiempo.
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