Se habla más del Madrid que del
Barcelona. Por más que éste haya conseguido el triplete. No
me extraña, pues, que Laporta y sus directivos estén
que trinan desde que Florentino Pérez irrumpió en la
escena con la faltriquera repleta de billetes y dispuesto a
comprar a cualquier precio.
Florentino es un señor que anda atestado de ideas y sobrado
de astucia. Aunque cuando habla es un muermo. Nunca dice
nada nuevo y lo que dice suena mal por mor de ese dequeísmo
que no es capaz de corregir. El ‘de que’ de Florentino,
cuando el uso sintáctico de la construcción exige sólo que,
es un vicio que le sienta igual, o peor, que si apareciera
en público con un traje lleno de lamparones, con la boca
desdentada, hurgándose las narices o bien usando el dedo
meñique a modo de bastoncillo higiénico para sacarse la cera
de los oídos.
Lo que no entiendo es que un empresario tan famoso, tan
serio, cuya inteligencia está fuera de toda duda, tan cabal,
etc, no sepa aún que su dequeísmo se lleva por delante gran
parte de su capacidad de liderazgo. Cuando el presidente
dice lo siguiente: “Me han propuesto ‘de que’ fiche a tal o
cual jugador pero he respondido que esa es tarea de
Valdano”, se está manifestando con vulgaridad
apabullante.
Y la vulgaridad, según repetía Lázaro Carreter, hasta
la saciedad, procede de un errado afán de distinción; y se
cultiva, en general, por indoctos de corbata, y se orienta a
producir apariencias de cultura, modernidad o desenfado. Y
pretende efectos de distancia o apartamiento de lo común.
Y continuaba el maestro su lección magistral. “Quien,
hablando o escribiendo, emplea vulgaridades (y usa a nivel
de, en base a, de cara a, por ejemplo, a tontas e idiotas),
cree que así queda muy bien y que exhibe una destreza
expresiva a la altura de los tiempos”.
La diferencia entre vulgaridad y vulgarismo también quedaba
clara para el autor de ‘El dardo en la palabra’. Los
vulgarismos no responden a tales pretensiones. Y son
empleados por cuantos no poseen otros recursos mejores para
hablar y piensan de buena fe que es así como se habla
(aunque a veces sospechen que su expresión no es correcta y
sufran por ello).
Florentino Pérez, por tanto, dada su destacada condición
social (por lo que significa en el mundo de los negocios y
por ser el presidente del mejor club del mundo), pertenece,
por derecho propio, a la especie de los vulgares. Debido a
que hace uso continuamente de una preposición parásita ante
la oración complementaria.
Claro que ustedes dirán que bien poco importa que el
presidente del Madrid se exprese por medio de un verbo tan
incorrecto, que parece más propio para chamullar de fútbol
en los mercadillos, si en los negocios es un lince. Un
superdotado a la hora de comprar, vender y entablar
relaciones comerciales en todos los continentes. En suma: un
ser superior. Butragueño dixit.
Pues bien, pese a tantas excelencias, yo creo que Florentino
Pérez ha debido compartir algunos ratos libres con Valdano,
el bienhablado; a fin de que éste le hubiera explicado la
regla gramatical para no caer en el error, tan vulgar, del
dequeísmo y también del queísmo. Porque en el Madrid han de
estar los mejores en todo y por supuesto en cada sitio.
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