Hubo un tiempo en el cual tuve yo
la oportunidad de conocer cómo era el Instituto Municipal de
Deportes –actualmente, ICD-. Aún conservo el escrito donde
se refleja que, amén de ser director de una escuela de
fútbol en proceso de creación, se me nombra supervisor de
ciertos asuntos del organismo. Un escrito redactado por un
funcionario que gozaba de un prestigio enorme y que ahora lo
sigue teniendo como presidente de la Ciudad.
Juan Vivas vivió intensamente mi paso por el IMD,
porque diariamente entraba dentro de mis obligaciones
informarle de cuanto acontecía en un sitio cuya actividad
era la promoción deportiva. Promoción deportiva de cuantas
más especialidades mejor.
Pero en aquel tiempo el fútbol en el IMD estaba mal visto
por Julio Ortega. Quien, desde el primer momento, se
dedicó a torpedear toda labor que estuviera encaminada a que
los niños de Ceuta pudieran asistir a una escuela cuyo
escenario estaba previsto en los terrenos que hoy dan vida
al Parque Deportivo Juan Carlos I.
En esos terrenos, y gracias a Juan Vega, constructor
entonces, se hicieron campos de fútbol. Una obra que no
estaba consignada y en la que, gracias a mi insistencia,
Vega arriesgó lo suyo. Campos de tierra que esperaban la
llegada de chavales de todas las barriadas y que ya habían
sido ilusionados con la entrega de dos equipos deportivos,
de marca. Hecho que llenó de alegría a Antonio Tirado, ‘Antonatti’,
que era la persona, destinada en principio, a prestarme su
indispensable colaboración.
Mientras tanto, todo se iba malogrando a medida que yo
descubría irregularidades denunciables en el seno del
organismo. Y, sobre todo, por la persecución implacable de
un gerente, el tal Ortega, que hacía y deshacía en el IMD,
sin que los políticos de turno le pusieran freno ni a sus
ambiciones ni a su modo de conducirse en el cargo. Razones
había, sin duda.
De modo que llegó un día en que Vivas, conocedor de cuantos
desatinos se cometían en el IMD, trató por todos los medios
de actuar. De poner coto a tantos desmanes. Pero sus buenos
deseos se estrellaron contra una Junta Rectora que metía la
cabeza debajo del ala.
Y Vivas, aunque tenía mucha fuerza como funcionario, a fin
de cuentas no dejaba de ser eso: un funcionario. Y no le
quedaba otro remedio que achantarse y tragar quina. Y, ante
esa situación, no tuve otra salida que presentarme ante
Vivas y renunciar a mi condición de empleado fijo en el ICD.
Por voluntad propia. Ante la sorpresa mayúscula de quien
nunca antes había visto cosa igual. Y allá que fuimos los
dos a comunicárselo a Fructuoso Miaja: alcalde en esa
época. Como pueden comprobar aporto pruebas. Y las que me
reservo.
Mucho han cambiado las cosas en la ciudad. Pero el IMD
–ahora ICD- sigue padeciendo los mismos problemas internos
de siempre. Ocasionados casi todos por la manera de actuar
de Julio Ortega. Maestro en urdir tramas para que los
gerentes del organismo pierdan el oremus y terminen dándose
el piro por aburrimiento.
La última persona que está a punto de claudicar es
Cristina Bernal. De quien se me habla bien. Aunque
también se me ha dicho que a la pobre le están amargando la
vida a cosa hecha. Ya va siendo hora de que Vivas ponga
firme al misógino que habita en el ICD.
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