Celebradas las elecciones al
Parlamento Europeo, no sin antes haber asistido a una
campaña donde han primado los insultos entre candidatos y
apenas se nos ha estimulado el deseo de conocer
verdaderamente lo que necesitamos exigirles a los
eurodiputados, a mí se me ocurre hoy hablar de Adela
Nieto.
Adela Nieto pertenece al PP. Un partido en el que -como en
todos- sus dirigentes desean que los militantes, por encima
de sus diferencias, envidias, rencores y demás sentimientos
tóxicos, hagan juego de conjunto. Que procuren por todos los
medios aunar voluntades en los momentos en los que el
partido se juega mucho. Lo cual no deja de ser una
perogrullada.
En los juegos de conjunto sus componentes no siempre pasan
por el mejor momento. Verbigracia: en un equipo de fútbol,
cuando hay siete ocho o nueve jugadores disfrutando de un
estado óptimo, dos o tres están por debajo de sus
posibilidades. Pero su menor rendimiento apenas se nota,
dada la magnífica aportación de sus compañeros. Lo cual no
sucede en los deportes individuales. Ya que un día malo, en
cualquier aspecto, da al traste con las ilusiones de quien
compite.
La consejera de Sanidad y Consumo de la Ciudad Autónoma,
según llegó a mis oídos, llevaba meses sumida en una baja
forma que iba a más. Decían que acusaba cierto estrés y que
había perdido la confianza de quienes la tenían en mucha
consideración y esperaban más de ella. Nada anormal. Y que
suele ocurrir, como digo, tanto en los deportes de conjuntos
como en los partidos políticos, empresas, etc.
En mis conversaciones con ella, pues Adela Nieto es muy
amable conmigo, jamás le insinué nada en relación con su
cacareada falta de rendimiento. Porque, de haberlo hecho,
habría tenido que responder a sus deseos de saber cómo podía
estar yo al tanto de algo conocido por muy pocas personas.
Y, por tanto, preferí observar su modo de enfrentarse a la
situación. A fin de comprobar si era capaz de remontar el
vuelo. O sea, de apretar los dientes y volver a recuperar el
segundo aliento para dar lo mejor de sí misma, en beneficio
del partido.
Y mira por dónde, no sé si por casualidad o porque alguien
así lo quiso, Adela Nieto, en el mes de abril, fue nombrada
candidata a las elecciones europeas, con el número 30. Y me
dije, tate, esta oportunidad de competir al máximo nivel es
lo mejor que le ha podido pasar a mi querida amiga. Si bien,
todo hay que decirlo, esa designación tenía también su miga.
Me explico: Adela, que es mujer y además inteligente, sabía
que, aun ganando las elecciones su partido, ella nunca se
convertiría en eurodiputada.
Así, por qué no, podría haber caído en la tentación de
comportarse como una candidata dispuesta a salir del paso.
No echándole pasión a la cosa ni, mucho menos, dejándose la
piel en una campaña larga, dura, y en la cual ha tenido que
debatir con Izaskun Bernal: cuya preparación sobre lo
que se cuece en el Parlamento Europeo es innegable. Mas hizo
todo lo contrario: afrontó el reto con una voluntad
encomiable y no poco atrevimiento. Ambas cosas puestas al
servicio de su partido. Así que un día, cuando la campaña
estaba tocando a su fin, hablé con ella y me confesó que
estaba agotada. Que le dolía hasta la muela del juicio. Pero
que no podía claudicar. Adela Nieto vuelve a disfrutar de un
estado óptimo.
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