La Europa de los próximos cinco
años, que engloba una masa ciudadana de casi quinientos
millones de personas pertenecientes a la Unión Europa, sigue
avanzando, a veces con el freno en marcha y otras a paso de
tortuga, quizás sea fruto de movimientos descoordinados y
faltos de pedal. Habría que dar fuelle literario a los
quijotes. Todo parece indicar que debemos concertar más
medios y esfuerzos, para que se produzca una acción común.
Evidentemente, el Parlamento Europeo, ha de tomar las
riendas y poner orden, o sea éticas, en su hoja de ruta,
mediante la publicación de normas consensuadas y el control
de sus instituciones. Para ello, los eurodiputados que lo
componen, y que representan directamente la voluntad
popular, deben priorizar sus trabajos, porque se ha de
trabajar de manera inteligente, y sobre todo creyendo en lo
que se está haciendo. Tiene que ser posible esa gesta
conjunta. Sólo cabe progresar cuando se piensa
colectivamente en clave de justicia y de manera libre, y
también sólo es posible avanzar cuando se mira lejos y de
forma auténtica. En verdad, se precisan mujeres y hombres de
Estado, que crean en Europa y nos lo hagan creer. Entiendo
que sólo así se podrá forjar un espacio conciliador.
La agenda del nuevo parlamento europeo está crecida de
cuestiones cruciales como el abastecimiento energético, la
regulación de los mercados financieros o la conciliación de
la vida familiar y profesional El desempleo masivo, la
protección social que ha de injertarse a ese desempleo, debe
ocupar un lugar preferente. La lógica capitalista del máximo
beneficio, termina por convertirse en la tumba de la
economía mundial. En vez de educar en el consumo necesario,
avivamos necesidades donde no las hay, para custodiar unas
esperanzas económicas irreales. Por este camino del
consumismo y la permisividad, podremos levantar cabeza, pero
la bajaremos más pronto que tarde, al hipotecar nuestras
vidas a las entidades crediticias. Cuidado con los
incentivos que se inyectan para el consumo. Uno tiene que
gastar lo justo y preciso, no ser marioneta adoctrinada por
un modelo social inhumano. Algunas ofertas de ilusiones
intramundanas, que se publicitan hasta la saciedad, como los
endiosamientos de la ciencia, del consumismo o las búsquedas
exotéricas de espiritualidad, no pueden saciar la imborrable
nostalgia de autenticidad que requiere el corazón humano.
Somos algo más que un puro objeto consumista. No se puede
igualar la felicidad personal a la compra de bienes y
servicios. El cebo socializado de que “cuanto más consumo,
más feliz soy”, lo que nos hace ser son personas
insatisfechas, con un montón de problemas psicológicos a las
espaldas.
También el cambio climático debe ser un reto perentorio para
los europeístas Los parlamentarios han de poner en
aplicación la legislación comunitaria, cueste lo que cueste,
hay que consensuar posturas en Europa y con el mundo, sin
obviar la inclusión de los pobres. Cuidar y proteger el
medio ambiente es responsabilidad de todos, de forma
individual y colectiva. Los planes educativos deben
potenciar esta cultura, la del respeto por la ecología. El
gran desafío que tenemos los ciudadanos europeos, y también
los ciudadanos del mundo entero, es globalizar no sólo los
intereses económicos y comerciales, sino también las
expectativas de solidaridad, respetando y valorando la
aportación de todos los componentes de la sociedad. Nadie
puede quedar excluido de esta responsabilidad, es el precio
de la grandeza de un mundo que debemos humanizar. Por ello,
ampliar la Unión Europea sin duda será un acto saludable,
porque juntos, bajo el acervo comunitario, se puede caminar
mejor y más coordinados.
Los flamantes parlamentarios europeos deberán legislar
medidas contundentes, tanto en relación con una inmigración
equilibrada como avivando el equilibro entre seguridad y
protección de una parte y entre vida privada y derechos
fundamentales de la otra. Por desgracia, quien observa el
mundo actual no puede por menos de constatar que esos
derechos fundamentales proclamados en todos los foros,
codificados en todas las normativas y celebrados por todas
las gentes, son aún objeto de violaciones graves y
continuas. Es hora de que el Parlamento Europeo, elegido por
sufragio directo, ostente el poder necesario para la
adopción de todas estas medidas anteriores y otras que
surjan; y, a la vez, sepa transmitir a la ciudadanía lo que
significa pertenecer a la Unión Europea. Los Estados y sus
diversos gobiernos suelen omitir el apoyo comunitario; por
ejemplo: determinados fondos permiten asistencia para
formación de parados por cierre de empresas debido a la
crisis o a los efectos de la globalización, financiación de
medidas contra el cambio climático, la seguridad aérea… La
próxima legislatura también va a ser decisiva en la reforma
de la política agrícola común y en la política pesquera
común; no obstante, a pesar de todo ello, hay un hecho
constatable, el poco entusiasmo por acudir a votar y poder
elegir. Lejos quedan aquellas participaciones primeras, con
un 62% de votantes. Con tanta dejadez está visto que Europa
todavía no forma parte de nuestra vida, aunque nos gobierne
empapándonos de directivas, rociándonos de reglamentos,
inyectándonos de recomendaciones a diario en nuestro diario
existencial. Aún no nos hemos enterado o no queremos
enterarnos que Europa nos llama a filas.
Ciertamente, Europa tiene que dejarse oír en todos los foros
y debe entusiasmarnos para salir del escepticismo. Se suele
debatir mucho sobre lo que hacen los gobiernos en los
Estados, pero realmente poco sobre el cometido de las
instituciones Europeas como el Parlamento. No se puede
pensar sólo en si mismo y por si mismo. Hay que dejar atrás
los problemas políticos e hincarle el diente a lo que en
verdad preocupa a la ciudadanía europeísta. El futuro no
puede ser incierto con veintisiete Estados trabajando en la
misma dirección. No debería serlo. El modelo de vida europeo
tiene que conjugar eficacia económica con la eficiencia de
la justicia social, el pluralismo político sin complejos con
la tolerancia como abecedario, la liberalidad con la
apertura; todo ello aderezado con valores para no perder el
paso democrático.
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