Todos sabemos que en muchos ambientes de chicas, urbanos y
rurales, el aborto está considerado como un hecho normal,
“liberador” de un problema inmediato sin más
consideraciones. Que las posibilidades de abortar con
facilidad les hacen ser más despreocupadas en sus
actuaciones sexuales y que el ambiente de los mayores va ser
propenso, o al menos comprensivo, con estas decisiones. La
situación está tan “normalizada” que algunas mujeres
utilizan el aborto como anticonceptivo. Se ha publicado
recientemente que en la provincia de Cádiz, el pasado año,
42 mujeres han abortado por cuarta o más veces y no por ello
parece que vayan a cambiar los hábitos.
Si recordamos que desde su despenalización en España se han
contabilizado alrededor de un millón de abortos, y
consideramos la participación o al menos el conocimiento
complaciente en cada uno de ellos, deduciremos que son
algunos los millones de personas involucradas en estos
hechos y cuya conciencia y mentalidad habrán sido marcadas
en un sentido determinado.
A título personal me atrevo a pronosticar que llegará el día
en que se juzgará con gran dureza esta época histórica, en
la que las madres mataban a sus hijos dentro de su propio
seno, en forma parecida a como lo hacemos nosotros con los
espartanos.
Si añadimos a todo lo que sobre el aborto hemos dicho, el
tratamiento cosificado de los embriones humanos y en muchos
casos su eliminación, y la tentación (materialización en
casos conocidos) de eliminar ancianos o enfermos terminales,
tendremos que concluir que en nuestra civilización
occidental, no solo en España, se ha creado una urdimbre
social que definió muy acertadamente nuestro papa Juan Pablo
II como cultura de la muerte, donde todos los contravalores
conocidos y secularmente rechazados por todas las culturas,
se nos presentan ahora como un avance de la humanidad en un
ejercicio de cínica progrenoia.
Cabe preguntarse, ¿cómo se está llegando a la aceptación
social de todos estos y otros contravalores frente al sentir
mayoritario de los ciudadanos educados en la dirección
opuesta?
Ha sido necesario separar previamente al hombre de Dios para
conseguir una autonomía de comportamientos ajustados a los
gustos y deseos de cada uno, un relativismo moral en el que
todo vale si es lo que me gusta o interesa.
Posteriormente separar la sexualidad del matrimonio y del
amor, banalizándola hasta el punto de reducirla a un simple
juego satisfactorio. Con estos planteamientos, fomentados
desde medios interesados, no es extraño que los niños deseen
participar cuanto antes en ese agradable juego, siendo ya,
en algunas zonas de nuestro entorno inmediato, a edades
preadolescentes.
Después en una sutil separación de los hijos de la
influencia de los padres que permite la manipulación y el
adoctrinamiento siempre de forma interesada. No por sutil
resulta menos eficaz. Como paradigma tenemos los horarios
nocturnos de nuestros jóvenes y adolescentes. ¿Conocen algún
padre que esté de acuerdo con ellos?
La asignatura Educación para la Ciudadanía tiene como
finalidad fundamental, perpetuar estas ideologías. Los
padres que son conscientes de ello, están luchando por la
objeción de una forma heroica y deben contar siempre con
nuestro apoyo.
Estos planteamientos, junto a otros defendidos por la
progresía, van siendo posteriormente afianzados por
gobiernos de mayoría coyuntural que han ido colando y siguen
colando, una tras otra, leyes sin consenso político ni
aceptación social mayoritaria, con un concepto muy
restrictivo de la verdadera democracia; leyes promulgadas no
solo contra el sentir de la mayoría sociológica sino en
contra de las recomendaciones de las instituciones y
organismos del Estado especializados en los distintos temas.
Estas leyes no son ya nunca derogadas por los partidos de la
oposición cuando llegan al poder, en un ejercicio de
calculada ambigüedad política. Así la sensación es que no
hay marcha atrás.
En este sentido me gustaría conocer la influencia interna de
las nominadas corrientes cristianas que existen en los
partidos de izquierda. Les invito a que hagan un seguimiento
individual de los que dicen pertenecer a esa corriente, en
la próxima votación de la inminente nueva ley del aborto.
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