Pasé la noche del viernes oyendo
la lluvia repicar, cantarina, sobre el techo mientras releía
a la luz de un candil una vieja obra del escritor mallorquín
Baltasar Porcel, ”Caballos hacia la Noche” (editada por
Plaza y Janés), llegada a mis manos en la bella Isla de La
Calma a finales de 1978 y con cuya lectura disfruté oteando,
a ratos, el soberbio paisaje circundante desde la meseta de
Randa.
Este año se cumple, como ya les comenté en algún momento,
los 400 años de expulsión de los moriscos españoles en 1609,
prolongado en el tiempo hasta 1616. El grueso de estos
exiliados tomó el camino del Maghreb (más de cien mil
partieron hacia Argelia, ochenta mil a Marruecos y otros
tantos a Túnez, siendo acogidos con reticencias cuando no
con abierta hostilidad), si bien sobre 70.000 optaron por
embarcar a Francia y unos diez mil tomaron la ruta de los
Balcanes, Turquía e incluso India. A la vez, las costas
españolas de Andalucía y sobre todo Levante eran hostigadas
por corsarios berberiscos (los cristianos también razziaban
el norte de África), amparados por los moriscos locales. La
flota otomana seguía siendo una amenaza, mientras la también
muy católica Francia buscaba arrimar las aguas a su molino
hostigando en lo posible a su hermana en religión, España.
Buena parte de la citada obra del escritor mallorquín
abunda, precisamente, en la temática del corso vivida en la
localidad de Andratx desde el año 1690, iniciándose la
acción y la historia de los Capovara y los Vadell en la
mítica isla Dragonera, narrando Porcel en sus páginas “La
batalla de Djidjelli (sic), un día de tramontana de 1818,
con la atmósfera de una transparencia afilada, hiriente y la
mar crispándose en unas olas de un verde casi blanco, de
arbolado ensortijamiento, es incluso mencionada en detalle
por el catalán y el francés. Hundió en esa ocasión (el
comandante De Vadell), dos embarcaciones argelinas y apresó
a tres, en una de las cuales iba un hijo del sultán de
Constantinopla”. Novela audaz y con pasajes de subido tono
erótico, pueden complementarla con el sugerente y centrado
ensayo de Gregorio Marañón (Editorial Taurus, Madrid 2004):
“Expulsión y diáspora de los moriscos españoles”.
Ayer por cierto los medios escritos de Ceuta, ciudad querida
siempre, confundían al lector con dos diferentes
interpretaciones de la sorpresiva detención por la policía
española en El Tarajal del periodista marroquí Jamal Ouabhi,
en busca y captura por el Juzgado de Instrucción nº 8 de
Málaga. Ouabhi, al que conozco y trato desde hace ya unos
cuantos años, estaría acusado según uno de los medios de
robo mientras que, para el otro, el problema derivaría de un
asunto de supuestas amenazas telefónicas. Estoy lejos y me
faltan datos, pero el asunto huele a podrido. Esta trama
oculta, bajo la superficie, más de lo que parece y no es
casual; como el asunto de Nador, con el que los vecinos
marroquíes ajustaron cuentas internas cargando de paso la
factura a España (ni dignidad hemos tenido para decir al
menos pío) mientras, unos y otros, intentan que pase el
tiempo envolviendo pudorosamente el rifirafe en las brumas
de la nada… Yo demando por el contrario luz y taquigrafos y
que cada perro se lama su cipote. En breve y sobre el
terreno, les prometo que este escribano levantará acta fiel
de lo ocurrido en ambos casos. ¿Las relaciones
hispano-marroquíes…? Tirando, a trompicones y más espesas
que la tinta de calamar. Y en Ceuta, mangándola y dando
palos al aire. ¡Uff!.
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