Cuando Abraham García Corrales tenía 17 años vió desfilar a
la legión por su Algeciras natal y consiguió subir con ellos
en el camión rumbo a Málaga. “Era una juventud disparatada y
los legionarios me contaban historias que hicieron que
regresara junto a ellos a Ceuta como polizón en el barco y
me alistara”. Es el alma mater del V Encuentro Nacional de
Veteranos del Sáhara que se desarrolla este fin de semana en
Ceuta. Junto a él, más de 200 compañeros de varias
generaciones tienen grabada en la memoria la esencia del
Sáhara más puro y se han unido para compartirlo de nuevo.
Aquel era un Sáhara al que acudían ilusionados los menos,
tristes los más y todos, según Abraham, con una misma
sensación: la ignorancia. “Lo éramos entonces y lo seguimos
siendo ahora. Aún no sé que hice allí”. Hubo tiros, y
muchos. Abraham pasó allí dos años y de los saharauis guarda
sentimientos encontrados. “A mí me disparaban cuando yo no
hacía nada pero también sentía lástima por ese pueblo”. Pasó
miedo, pero nada comparable al temor que le invadió con la
independencia de Marruecos. Hubo corrimientos de tierra y se
habilitó un camino entre el polvorín cerca de Chauen para
evitar los obstáculos y “a medida que avanzábamos los
marroquíes nos escupían, nos tiraban piedras pidiendo la
independencia...fue duro”, explica mientras cuida de su
mujer, compañera de viaje a Ceuta. Tiene alzheimer. Y al
igual que los retos anteriores que le ha puesta la vida,
intenta sobrevivir a los golpes duros. “Como éste, ninguno”.
Del Sáhara se queda con sus noches pescando para la bandera
del tercio y corriendo por entre las dunas dentro la
oscuridad alumbrada por la luna con su botín de comida
fresca. Recuerda a sus mujeres haciendo la colada en las
fuentes. Al respeto absoluto que les profesaban. “Las había
muy guapas, pero no pasó nada. Nunca vi a nadie que se
propasara pero las miradas y los piropos se los echábamos”.
Y recuerda que la Legión allí no tenía pelotón de castigo
“porque además no había donde pecar”.
Pilar López de Aro luce en la solapa de su chaqueta una
laureada que Franco otorgó a un héroe de guerra. Su padre.
Teniente de la Legión, combatió contra el lider bereber Abd
el-Krim junto a otros 25.000 soldados hispanofranceses en
1926 y pasó el resto de su vida sin mentar aquellas
batallas. Al menos nunca volvió a hablar una palabra en
presencia de su familia. Hoy luce orgullosa la distinción
que su padre le cedió al morir y agarra del brazo a su
marido, un octogenario fuerte, recto, amable en el trato y
con mucho que contar.
José María Medina, llegó soltero al Sáhara para participar
en la guerra de Villa Cisneros. Su entonces novia, Pilar se
quedó en España. Poco después estaban ya casados gracias a
unos poderes eclesiásticos que permitieron que el hermano
del novio le sustituyera ante el altar. Ella fue junto a él
y pasaron “ocho años maravillosos” de su vida allí. Dicen
que fueron los comienzos, que alumbraron a sus cuatro hijos
y que vivían bien. Aunque su familia estuviera lejos, no les
faltaba de nada y los lazos de amistad y las relaciones
sociales entre españoles eran continuas y distendidas. Hace
dos meses regresaron a Sidi-Ifni después de tantos años.
“Entonces era un pueblo, ahora es una ciudad practicamente
irreconocible”, apuntan.
Marcha Verde
El granadino Ginés López pertenece a otra generación.
Aquella que muchos años después protagonizó la famosa Marcha
Verde. Una medida de presión de Marruecos para que España
dejara de ocupar el Sáhara Occidental. Poco antes, la ONU
ratificaba el derecho del pueblo saharaui a la
autodeterminación. Llegaban allí para hacer la mili sin ni
siquiera saber donde pasarían los 365 días siguientes de su
vida. Del Sáhara poco conocían. O nada. Las informaciones en
la península sobre los conflictos en la zona eran
prácticamente insignificantes y ni si quiera los que tenían
la suerte de sintonizar la Pirenaica podían analizar los
hechos que estaban sucediendo en aquél terruño frente a las
Islas Canarias. Algunos llegaban por iniciativa propia como
una oportunidad única de viajar a un lugar tan desconocido y
a otros les tocaba a suerte. O a mala suerte porque llegaban
llorando y los peor parados decidían quitarse la vida. “Hay
una leyenda negra en torno a eso”, indica Vicente Francisco
Cano. “Las cifras indican que los suicidios fueron del 0,02
por ciento y la mayoría de las depresiones se producían
porque los soldados sentían que estaban en un lugar aislado
sobre el que todo era desconocimiento y falta de
información”. Otros compañeros reconocen que vieron a gente
muy mal sobre todo en el momento más delicado en el que se
arremolinaban las conjeturas en torno a la Marcha Verde.
Ginés recuerda junto a otro de los veteranos, Francisco
Cegarra, que les formaron y les dijeron que no sabían lo que
iba a pasar pero les permitían escribir a sus casas “cartas
abiertas”. Ginés trabajaba en la cafetería y estuvo quince
días sin cambiarse los pantalones. “Iba de arriba a abajo,
nadie sabía qué iba a pasar y temíamos un enfrentamiento del
que poco sabíamos”. España reunió en África a más de 20.000
hombres. Algunos hablan de 50.000. Marruecos envió a 25.000
soldados y a cerca de 350.000 civiles. “Con 21 años sabíamos
que estábamos más preparados que ellos, pero eso no
significaba nada”. En medio de la agonía de Franco los
acuerdos tripartitos de Madrid decidieron la cesión de la
administración del Sáhara a Mauritania y a Marruecos.
“Fueron resoluciones de Estado y una decisión intocable que
nadie cuestionó”, explican los veteranos que vivieron
aquella situación. “Mi pensamiento fue y sigue siendo que
los abandonamos”, reconoce uno de ellos mientras asienten
varios compañeros. Apenas tenían relación con la gente
nativa pero un murciano dijo que haciendo la mili en el
Sáhara “ví por primera vez la pobreza. Ellos comían lo que
nosotros tirábamos”. Uno de los veteranos recuerda que
“dimos todo por el Frente Polisario”. Era la fuerza de
liberación del pueblo saharaui y recuerdan que tenían
“incluso más libertad que nosotros”. España recibió por la
cesión compensaciones políticas y económicas pero muchos de
los protagonistas de aquella historia consideran que la
entrega del Sáhara supuso la última frustración colonial
para España.
Y de lo que realmente hacían allí tampoco. Aún hoy siguen
sin saberlo. Se refugian en los recuerdos de decenas de
compañeros, decenas de caras, decenas de nombres. Nombres
sin cara, caras sin nombre. Cuando pasó todo Abraham acudía
al cementerio de Cartagena donde enterraron a un compañero
teniente de su bandera y las ideas se amontonaban en su
cabeza: “Ahí está, otros muchos quedaron allí y ni siquiera
sé por qué”. Lo que si sabe es que el enemigo no huyó. “Hizo
la escabechina y se fue. En la batalla de Echera pasó eso. Y
se decían otras cosas”. Por algo aquel conflicto, sigue hoy
respondiendo al nombre ‘La Guerra Ignorada”. Porque según
piensan muchos, todo “fue callado”.
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