En medio de la monótona campaña
para las elecciones europeas que se celebrarán mañana el
Estrecho de Gibraltar ha vuelto a ser escenario de la
tragedia repetida de los inmigrantes subsaharianos que dejan
su vida mientras intentan alcanzar una tierra prometida que
nunca es, una vez en ella, lo divina que pensaron que sería.
La campaña ha dado pie a los dos principales partidos de
implantación nacional, PP y PSOE, a tratar este asunto en
multitud de ruedas de prensa e intervenciones públicas.
Aunque no es un tema en el que difieran mucho sus posiciones
teóricas, cada partido ha intentado arrimar el ascua a la
sardina de una forma bastante simple, como casi todos los
discursos en estos periodos preelectorales. Los Populares
han repetido hasta la saciedad que apuestan por gestionar el
fenómeno migratorio desde la legalidad y el orden y los
socialistas han repetido lo mismo incidiendo, además, en la
potencialidad de su apuesta por la cooperación al
desarrollo. Sin embargo, muchos años después del primer
muerto en el Estrecho, hace ya décadas, siguen muriendo
seres humanos de forma cotidiana y repetida en este brazo de
mar que, según dicen los políticos, une más que separa. “La
muerte de cualquier ser humano que intenta cruzar de una a
otra orilla nos interpela a cada uno y al conjunto de
nuestras sociedades”, advirtió ayer el Secretariado de
Migraciones del Obispado de Cádiz y Ceuta en una magnífica
nota de prensa que también puso de relieve que “este espacio
fronterizo que separa a las dos orillas debiera ser una
oportunidad para fomentar la vida, el encuentro, el diálogo
y la amistad entre las personas y los pueblos que la
habitan, y en ello tendríamos que empeñarnos todos”. ¿Se
hace realmente? La última campaña ha demostrado que no, que
la inmigración volvió a ser poco más que un instrumento de
batalla política. Es imprescindible reivindicar que el
talante colaborador que desde su llegada a Ceuta exhiben en
la ciudad Delegación y Gobierno local se extienda a ámbitos
tan sensibles como este.
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