Ayer y hoy pueden ser días de
inflexión, tanto en las relaciones Occidente-Islam como en
el conflicto árabe-israelí. El presidente de los Estados
Unidos, Barack Hussein Obama, se apresta a pronunciar un
estudiado discurso en uno de los corazones intelectuales del
Islam, la universidad egipcia de Al Azhar, en la que el
mandatario norteamericano lanzará su mensaje en pos de una
nueva estrategia de colaboración basada en dos ejes: los
intereses comunes y el respeto mutuo, abordando “nuevas
áreas de colaboración”. Su breve estancia en El Cairo
(histórica capital del califato fatimí, rival ideológico y
coetáneo del abasida de Bagdad y el omeya-andalusí de
Córdoba), fue precedida de un encuentro de alto nivel en
Arabia Saudí, donde mantuvo una entrevista con el rey Abdalá,
representante de la rama más rigorista del Islam, el
wahabismo y de la que es prematuro sacar conclusiones.
Sorpresivamente Jerusalén, capital de Israel (y segunda
ciudad santa del Islam tras La Meca), ha quedado fuera de la
gira presidencial si bien, ya en Europa, Obama se desplazará
al campo de concentración de Buchenwald, eslabón de la
política genocida del Tercer Reich. La “Shoá”, el exterminio
judío, que líderes regionales como el mandatario islamo-fascista
iraní, Ahmadineyad, se niegan todavía a reconocer, mientras
amenazan con borrar a Israel del mapa rematando la obra de
Hitler.
Tres parecen ser los ejes sobre los que Barack Obama
articulará su estrategia, vital para el futuro y proyección
de los valores occidentales gracias al músculo, ciertamente
fatigado pero aun potente, de los Estados Unidos; Europa,
todavía sin proyección estratégica, apenas cuenta. El nuevo
modelo de relación con el mundo islámico (en el que los
árabes conforman, por cierto, una minoría de ¼ de los mil
doscientos millones de musulmanes repartidos por el mundo),
la contención de un Irán nuclear y un acuerdo honroso y
definitivo para israelíes y palestinos, serían el trío de
ases que persigue el joven y animoso presidente de ese gran
país, los Estados Unidos. En cuanto al modelo de relaciones
con los países musulmanes un apunte, pues Obama no debería
de perder de vista el concepto de reciprocidad ni la
diferente escala de valores: si Occidente tiene por
referente la Carta Universal de Derechos Humanos de las
Naciones Unidas (la praxis sería otro asunto), los valores
del Islam se contienen en la Carta de Derechos Humanos del
mundo islámico, rubricada precisamente en El Cairo y que
Obama debería estudiar.
Por otro lado está el enconado conflicto israelí-palestino.
Bien haría el premier Netanyahu en retomar el testigo del
general Rabin y apostar, de frente y por derecho, por la paz
de los valientes. La mejor seguridad para Israel radicaría
en su aceptación, como estado, por la Liga Árabe. Obama
podría llegar a conseguirlo y si, para ello, hay que
renunciar definitivamente a la inmoral política de los
asentamientos (con la que nunca estuve de acuerdo) y hacer
un hueco en Jerusalén para una segunda capital palestina,
hágase ya. Puede que la gira de Obama sea la última
oportunidad para la paz o, en caso contrario, la antesala de
Armagedón.
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