María del Carmen Cerdeira
había sido nombrada Delegada del Gobierno en Ceuta. Corría
el año de 1994. Y debo decir que hasta entonces apenas si
habíamos hablado tres o cuatro veces. No obstante, hacía
todo lo posible para que yo entrevistara a los dirigentes
socialistas que visitaban la ciudad.
Me recuerdo que María del Carmen se las apañaba siempre para
que sus compañeros me concedieran más minutos de entrevista
de los que en principio solían conceder. Y además les
adelantaba, haciéndome el artículo, con qué clase de
inquisidor se iban a enfrentar. Con lo cual me facilitaba la
incómoda tarea de romper el hielo de la conversación.
De aquellas entrevistas, con ministros y cargos destacados
del Gobierno presidido por Felipe González, hubo una
en la cual nos lo pasamos bomba los tres. Carmen Romero,
cual entrevistada; Carmen Cerdeira, como testigo; y
servidor. Y es que quien escribe nunca ha olvidado lo mucho
que disfrutó ante aquellas dos señoras estupendas y que
estaban en sazón.
La entrevista transcurrió en una salita de la sede
socialista. Y se conoce que a Carmen Romero, pese a lo bien
que de mí le había hablado su amiga, la Delegada del
Gobierno, se le había olvidado decirle al guardaespaldas que
ese día no tocaba interrumpir la conversación poniendo como
excusa, en este caso, que se aproximaba la hora de embarcar.
Así que en cuanto el hombre encargado de protegerla,
calculando el tiempo previsto, cumplió con su papel, se
encontró con la respuesta de la esposa de Felipe González:
“Gracias... Pero si perdemos el próximo barco, ya cogeremos
el siguiente”. Y así zanjó la cuestión. Que me imagino era
un pacto entre ambos, a fin de salvar a la señora de los
inevitables tostones que tendría que soportar.
De cómo me gané la voluntad de aquella mujer que había
conseguido enamorar a tantos españoles, y a cuya cabeza
estaba Francisco Umbral, diré que siempre se lo he
achacado a la primera pregunta que le hice: “Carmen, ¿qué
supone su padre en su vida?”.
Y Carmen Romero, sin cortarse lo más mínimo, me soltó un
“coño” convencional, para decirme a continuación que ya era
hora de que alguien no empezara una entrevista preguntándole
por Felipe González. Porque me tienen de Felipe hasta las...
Lo cual me supo a gloria. Porque se decía, en esos años, que
los socialistas ya no usaban tacos.
Deliciosa Carmen Romero; la diputada que adoraba a su padre
-dedicado a obras sociales- Vicente Romero Pérez de León,
médico del arma de Aviación, y del que podía hablar bien
poco porque a ella los periodistas la asaeteaban sólo a
preguntas acerca de su marido: el presidente del Gobierno.
Ni que decir tiene que aproveché su buena predisposición
para preguntarle si Felipe le había puesto los cuernos en
muchas ocasiones. Y ella, aquella Carmen briosa y
espectacular, no dudó en expresarse así: “Felipe es un
torero... y los toreros suelen poner cuernos”.
Carmen Romero llegará el viernes para participar en el fin
de campaña electoral, junto a la candidata Izaskun
Bernal. Y yo la miraré con los mismos ojos que en 1994.
Bienvenida usted a Ceuta, señora.
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