Es un entrenador que he seguido
con especial atención desde sus comienzos. Por una razón muy
sencilla: porque sabía que tartajeaba. Es decir, que hablaba
defectuosamente. Y, siendo tartajoso, hay que echarle muchos
bemoles para salir adelante en cualquier empleo donde no se
pague precisamente por estar callado. Y, desde luego, lo que
no ayuda nada es a destacar en los banquillos.
Juande Ramos, que había sido futbolista, sabía mejor
que nadie que su tartamudeo era un lastre que debía subsanar
si quería hacerse un nombre como entrenador. Puesto que
dirigirse a los jugadores cambiando unas letras por otras,
pronunciando mal, o aturdiéndose por no acertar con la
palabra o frase apropiada, era traba muy importante.
Así que puso manos a la obra. Y consiguió mejoras evidentes
a la hora de hablar. Una persona que supera con fuerza de
voluntad una tartamudez está capacitada para llegar muy
lejos en cualquier profesión. El ejemplo lo tenemos en
Juande Ramos. No hace falta nada más que leer su historial
como entrenador para darse cuenta de lo mucho que ha
logrado.
Pero los logros de Juande no han sido suficientes para que
Jorge Valdano, mano derecha de Florentino Pérez,
le haya ofrecido la oportunidad de continuar un año más
dirigiendo al Madrid. Y es que Valdano, convertido desde
hace tiempo en un esteta a tiempo completo, sólo tiene ojos
para entrenadores galanos.
Años atrás, la figura deformada de Vicente del Bosque,
por lucir barriga de bebedor de cerveza, era insoportable
para el buen gusto del argentino. Que sufría lo indecible
viendo lo antiestético que resultaba el salmantino como
entrenador. Tan gordo, con una cabeza tan voluminosa, con un
bigote tan de otros tiempos, y andando peor que un pato
mareado. Y tardó nada y menos en buscar los servicios de un
portugués: Carlos Queirós. Muy en el tipo de cómo
Valdano considera que debe ser un entrenador del Madrid.
Alto, estilizado, que peine canas y que cuando salga al
escenario las señoras del palco del Bernabéu queden todas
embelesadas. Y no acertó.
Pero Valdano no ceja en su empeño. Porque tiene metido entre
ceja y ceja un modelo de entrenador lo más parecido a
Menotti. Que es en el espejo donde él se ha mirado
siempre. Y de esa mirada sale fortalecido: ya que Valdano se
ve incluso superior a su ídolo. Mas le tiene tanto miedo al
fracaso como para desechar esa tentación de presentarse ante
Florentino y decirle aquí estoy yo para entrenar al Madrid.
Porque además de mis muchos conocimientos, tantas veces
expuestos como glosador y escritor, doy la talla por mi
físico y por mi porte distinguido.
Y a Valdano no le queda más remedio que llenar el vacío que
deja, con remedos suyos: Arsene Wenger o
Pellegrini. Aunque piense que están a mucha distancia de
Menotti y de él. Todo antes que confiar en Juande Ramos. A
quien considera vulgar en todos los sentidos. Y encima ha
nacido en un pueblo manchego.
Valdano, narciso y esteta, fue el que echó a Makelele
por feo. Porque desentonaba en un equipo donde Beckham
sudaba colonia. Butragueño mataba el tiempo adorando
a un ser superior: Florentino Pérez (a propósito: a ver si
éste ha corregido ya su dequeísmo). Y Casillas servía
–y sirve- de florero del ‘diario As’.
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